La Panchita, la Pancha y la Panchona.
Otro cuento transoceánico contado por la Manina. Este cuento
es un poco mas difuso en la memoria del autor. Para reconstruirlo se procedió a
una búsqueda de cuentos tradicionales europeos que se acercaran más a la versión
que nos contaba mi madre. No fue nada fácil, puesto que, a pesar de la
semejanza con el cuento de La Cenicienta, en la versión que nos contaba mi
madre no había hadas, ni ratones que se convertían en pajes ni perros que se
convertían en caballos, ni ayotes que se convertían en carruajes. Tampoco había
bailes en palacio, ni aquello de las doce de la noche. Sólo había el príncipe,
la madrastra, el papá (que es accesorio, lo mismo que la madrastra) y un ser
mágico. Esta vez no es la típica viejita clásica, sino un animal, un alter ego
por decirlo así o un nahual.
En la búsqueda nos encontramos infinidad de variantes de La
Cenicienta, con procedencias diferentes pero la trama queda en lo mismo. Las
hadas, las doce de la noche, zapatos de cristal… Dicho sea de paso, el asunto
de los zapatos de cristal ha creado controversia en los medios literarios, un
poco como los debates en los concilios sobre el sexo de los ángeles.
En francés la palabra verre, significa vidrio
y la palabra vair designa la piel de la ardilla gris, muy
preciada en el tiempo en el que el francés Charles Perrault publicó su versión
de La Cenicienta. Esas dos palabras son
homófonas en francés y de ese hecho se ha desperdiciado papel y tinta en
grandes debates, pero nunca se ha tomado en cuenta que en francés también
existe la palabra cristal y, de hecho, un punto interesante es que en las
versiones en español se utiliza el término cristal y no vidrio. Pero bueno, el
material no es importante puesto que en las variantes del cuento el zapato puede
ser de cristal, de oro, o con bordados de oro, o simplemente zapato.
Bueno, este paréntesis nos ha alejado del cuento de la
Manina. Como decía, en esa búsqueda la versión más próxima de la historia que
nos contaba mi madre es la versión Checa recopilada por Božena Němcová una
autora que vivió entre 1820 y 1862 y que publicó tres volúmenes de cuentos
populares checos. El tercer volumen fue publicado en 1846 tenía nueve cuentos
en la que se incluye el cuento O třech sestráchI (Las tres hermanas), una versión checa de La
Cenicienta.
En este cuento las hermanas son Baruška, Dorotka y Anuška.
Las tres son hijas de un matrimonio y las dos mayores son malas con Anuška. El
ser mágico es una rana y los objetos mágicos son nueces de Nogal. El castillo y
los bailes son reemplazados por una iglesia y una misa y el zapato de cristal
por un zapato de cuero bordado de oro. Los atuendos de Anuška se encuentran
dentro de las nueces y ella solo tiene que quebrarlas para obtenerlos. Es así
que esta versión es la que más se acerca a la de Manina y como verán el fin es
mucho menos rosa que el de Cenicienta, puesto que el objetivo de todos esos
cuentos es la moraleja que ellos conllevan.
En el cuento de la Manina, hay una muchacha víctima, una
madrastra, un padre inútil, y dos hermanastras y, por supuesto, el príncipe. El
nahual es un pez multicolor y el palacio es la iglesia del pueblo. Las nueces
son manzanitas de monte (en El Salvador se conocen como manzanas pedorras y en Honduras
como manzanitas de monte, el nombre científico es Syzygium jambos), hay
cucarachas, mangos, rosquetes de maíz (tuturutes) y espumillas (biscochos). En
los cuentos de mi madre siempre es recurrente la formula mágica que permite que
los “milagros se den” …Por la virtud que tú tienes y la que Dios te ha dado,
haz… Cosa que no aparece en los cuentos clásicos que conocemos en la
actualidad.
Manzanitas Pedorras o de monte |
Pero mejor los dejo con mi mama para que les cuente el
cuento.
Manzanitas
pedorras, rosquetes y espumillas.
Mi papa aún estaba lejos de nosotros y ya comenzaban a
hacemos falta sus regaños y sus cuentos de Tío Conejo. Las tardes se hacían
largas. Ya las chicharras se habían callado y las lluvias comenzaban. Mi mama
ya comenzaba a estar cansada y menos paciente. Había mucho trabajo y vacas
preñadas que estaban por parir. Sin embargo, siempre había tiempo para los
cuentos y la platicadita de antes de acostarse.
-
¡Oy mama! ¿Nos va a contar un
cuento?
-
Si les voy a contar uno. Pero
el primerito que haga bulla se va dormir y paro de contarles el cuento, estoy
bien cansada.
-
Vaya pues. ¡Melba, venite que
mi mama va a contar un cuento!
Nos sentamos en el banquito y mi mama empezó.
Este… Había una vez, un viejito que tenía una hija bien
bonita que se llamaba Panchita. Al viejito se le había muerto la doña y él se
juntó con otra mujer que tenía otras dos hijas. La mayor de ellas se llama Panchona,
la otra Pancha y eran bien malas y feas.
Esas muchachas hablaban bien feo y destemplado. La madrastra trataba mal a la Panchita. La
trataba como a una sirvienta. Las dos hijas de ella vivían empericuetadas,
mirándose en el espejo y pintándose con achote los cachetes.
Un día, el principal del pueblo, que era como el rey,
organizó una feria; con chinamos, barrera de toros y todo… y a él tenía que ir
el viejito porque trabajaba para el rey. El don pues, era como principal de
allí del valle, como quien dice un gamonal. Y antes de irse de la hacienda, les
dice a las muchachas que qué querían que les treiga del pueblo. La Panchona
dice:
-
Yo quiero que me compre uno
esos vestidos bien bonitos que vi en el bazar de los turcos[1] y un anillo dice la
Panchona.
-
Yo quiero lo mismo y unos
botines, dice la Pancha.
Y le
piden un poco de cosas lujosas, Polvos Maja para la cara, pintalabios y un
montón de cachivaches.
-
Y vos panchita ¿qué querés? Le
preguntó el papa
-
Yo quiero lo primero que te toque
el sombrero en el camino, le dijo la Panchita.
El papa extrañado por lo que le pidió la Panchita agarró
camino abajo, montado en su buen caballo y se jue.
Ya llegó al pueblo hizo todos sus encargos y hasta bailó en
el rancho de la feria. Después se jue a comprar los regalos. Aunque la panchita
no le pidió nada, él le compró una bolsa de espumillas y unos tuturutes con
lustre, como los que hace doña Luisa Sosa.
Pues ya agarró el camino el viejito de regreso. Llevaba las
arganillas llenas, del montón de perendengues que le habían pedido las
muchachas. Hacía un ventorral perro, como los de marzo allá en San Pedro. Y
esos vendavales hacían que los palos se quebraran. Pues bajando una cuestecita… ¡no ves que a un
palo de esas manzanitas de monte le había quebrado una rama! La rama atravesaba
el camino y por más que quiso quitarla con la riata amarrada del tejuelo de la
coraza del caballo, nada, la rama no se movió. Entonces no le quedo de otra que
bajarse de la jarcia para pasar. El viejito se bajó del caballo y aunque se
agachó bastante, el churuquito se quedó enredado en las ramas. Allí nomás se
acordó de lo que le había pedido la Panchita y dice:
¡Puchica! No es justo lo que yo hago. Le compro ese montón
de chochadas a las mujeres esas que no son ni mis hijas, y a la mía sólo le
llevo espumillas y tuturutes. Se puso a desenredar el sombrero y cuando
terminó, agarró su machetillo y corto la rama más bonita de las que le habían
tocado el sombrero y que todavía le quedaban tres frutillas maduras y se las
llevó a Panchita.
Cuando llegó a la casa, ese jue el molote que se armó.
Aquellas mujeres no dejaron ni que se apiara del caballo, cuando ya estaban
escurcando las arganillas del don. Y aquel fregar.
En la escurcadera hasta las espumillas y los tuturutes
encontraron y se los comieron y ni le dieron a la Panchita. Entonces, el don,
vino y le dijo a la panchita que las golosinas eran para ella pero que las
gorronas de sus hermanas se las habían comido. Pero, le dice:
-
Esto jue lo que me tocó el
sombrero mirá, le dice.
La cipota bien contenta agarra la ramita y cogió las tes
manzanitas y se las mete en la bolsa del delantal emvueltitas en un trapito. Y
dice:
-
¡Gracias papa!
-
¿verdad que te acordaste?
-
Estas me las voy a comer cuando
vuir al río a lavar ropa más tarde. Si me las miran me las quitan esas mis hermanastras.
Y así jue.
Alla como a las cuatro, Panchita agarró su motetillo de ropa
sucia y se jue a lavar. Al llegar al río sacó las manzanitas para comérselas y
por contingencia se le cayó una al río y se la llevó la corriente.
La muchachita se puso bien triste.
-
¡Puchica! Dice ¡
-
¡Yo si soy más torcida que la
vara de un cuete!
-
Se me muere mi mama, me tratan
mal, me quitan todo y hasta pierdo lo que me dan.
-
¡Pero no! Todavía me quedan
dos.
Ya se iba a comer la primera cuando algo rebotó del rio y
cayó en el motete de ropa. Ella vio lo que era y vio que era la manzanita. Al comienzo se puso azorocada, con miedo… y
no la agarró. Miró otra vez para el río y vio que en la orilla había un pescado
bien bonito, así con colores y bien bonito. El animalito sacó la cabeza y le
dijo:
-
¡Hola Panchita!
La panchita pegó un retobón que ¡jummm!
-
No tengás miedo, le dice el
pescadito
-
Yo no soy malo, sólo quiero
ayudarte.
-
¿Y cómo me va a ayudar usté tan
chiquito?
-
Yo soy de virtú, le dice el pescadito.
-
Yo he visto cómo te tratan y
como sufrís. Mirá, le dice, esas manzanitas son de virtú también.
-
Adentro de ellas hay cosas
bonitas, más bonitas que las que le trajo tu papa a esas guayabonas de tus
hermanas, le dice.
-
Si querés un vestido solo tenés
que abrir una y vas a ver qué bonito el vestido que te va salir.
-
Pero don pescadito, le dice, y
yo para que quiero vestidos si mire que ni a misa voy porque mi madrastra no
quiere enseñarme a la demás gente. Les da envidia porque dicen que yo soy más bonita
que ellas.
-
No te priocupés, le dice el
pescadito.
-
El domingo cuando se vallan
para misa abrí una de las manzanitas, te vestís con lo que te salga y te lavás
la cara con agua del pozo y decís esto.
-
Pescadito, pescadito, por la
virtú que vos tenés y la que Dios te ha dado, hacé que nadie me reconozca. Y
vas a ver, nadie te va a conocer.
El sábado hubo pereque en el pueblo. Las mujeres se pusieron
los vestidos que les había traído el don. Ya la panchona se puso el anillo y la
pancha los botines. Y se jueron. La mama les dijo que no hablaran porque
hablaban feo y que así nadie les iba a hacer caso.
Llegaron al baile y se sentaron y no hallaban como hacer
para enseñar las cosas nuevas que tenían porque eran presumidas.
En una de esas apareció una cucaracha en la pared de la casa
onde era el baile y la panchona pensó:
-
Ya se como voy a enseñar mi
anillo
Y allí nomasito, se arremanga la manga del vestido estira el
brazo y señala el animal enseñando bien el anillo y diciendo con aquel hablado
todo destemplado.
-
¡Allá va una cacaracha!
La Pancha entendió el asunto y se dijo que ella también iba
a enseñar los botines. Y bien precisada se levanta la nagua y estira el pie
enseñando bien el botín.
-
¡Yo la mato con el botín! Se
exclama.
Pero al mismo tiempo se acuerda la panchona y le da un
codazo a la hermana.
-
¡Dijo mi mama que no
jablaramos!
-
¡dichas que yo no stoy
jamblando!
-
¡ve! Y que estás jaciendo
-
Jablando
-
¿tonces?
Y comienzan el estira y encoje hasta que arman un relajo y
se jueron de la fiesta.
Y llegó el domingo, y las dundurecas de las hermanas se pusieron
otra vez los vestidos nuevos y se ponen todas empericuetadas y se van a misa y
dejan a la Pachita sola en casa haciendo oficio. La panchita sólo dejó que ya
no se acolumbraran en el camino y se va onde tenía las manzanitas. Quiebra una
y ¡raflá! Le sale un vestido bien piquetero. Rosadito, con una chalina blanca
de encaje, una vincha con unas piedras bien bonitas y unos zapatos blanquitos.
Ella se quedó admirada. Y se acuerda de lo que le dijo el pesacadito. Y sale
corriendo y se va p’al pozo y se lava la cara diciendo las palabras que le dijo
el animalito.
-
Pescadito, pescadito, por la
virtú que vos tenés y la que dios te ha dado, hacé que nadie me reconozca.
La carita le quedo bien bonita, como si se hubiera empolvado
y pintado se arregló y se jue a misa. Allá en la iglesia, se sentó al lado de
las hermanas que no la reconocieron para nada. Aquellas dundas hasta se ponían
bizcas viendo aquella muchacha tan bonita.
-
¿Ya la viste Pancha esa payula
que está allí? Dice la panchona a su hermana, dándole con el codo.
-
¡Si vos! parece la virgen de Concección,
dice la pancha
-
No seas caballa vos, que va ser
la virgencita
-
¡Que yo no he dicho que juera lavirgen!
dije ¡que parecía…!
-
Pero dijiste virgen.
-
Callate que dijo mi mama que no
jablaramos
-
¡Ve! ¡dichas que yo no stoy
jamblando!
-
¡Ve! ¿y qu’estás haciendo?
-
¡Jablando!
-
¡Ja! ¿Tonces?
-
Mejor….
-
¡Oy, Panchona! ¿vos crees qu’es
una de esas princesas que dicen?
-
¡Vos Pancha si sos turuleca!
Aquí nomás hay un rey y no tiene hijas, pero si un hijo bien bonito que se va
casar con yo…
Hacían tanta bulla que el padre hasta se enojó y las cayó,
después de haber dicho dominus obiscum. Pero lo que si era verdad era que allí en la
iglesia andaba el hijo del rey de ese lugar, que también se había quedado como
adundado, cuando vio como era de bonita aquella muchacha. Cuando terminó la
misa, el muchacho trató de seguirla, pero la muchacha se escurrió por las
chiriviscas y los charrales y se le perdió. El muchacho se había enamorado de
ella.
Cuando llegó a la casa, la Panchita, se cambió de ropa y se
volvió a poner los chilinquitos que tenía. Pero bien contenta porque había
podido ir a l pueblo y oír misa y ver gente. Cuando sus hermanas llegan,
comienzan a contarle que habían visto a una princesa bien bonita, que era amiga
de ellas y que se habían sentado juntas en el mismo banco en la iglesia y que
hasta las había invitado onde el rey su papa… Pero mentiras, era sólo por poner
triste a la cipota.
La chigüina les respondió que ella también la había visto.
¡jajajajajaajaj! Como la vas a ver si vos no vas a misa por
careta.
-
Cuando me subí al palo de mangos
a bajar unos mangos, ella pasó, y me pidió uno y yo le di el más bonito y
platicamos un ratito. Bien bonito el vestido rosado que andaba, les dice.
¡Juuyyy! Aqeullas mujeres se pusieron como fieras.
Llamaron a un mozo y le dijeron que cortara el palo de mangos.
Así si la princesa pasaba ya no iba a poder hablar con Panchita.
El domingo después la Panchita quebró su segunda manzanita.
Esta vez le salió vestido de color azul celeste, con unos adornos bien bonitos,
una cadena de oro y otra vincha con unas piedritas azules y una chalina del
mismo color que el vestido que brillaba bonito.
Ya se jue al pozo y …
-
Pescadito, pescadito, por la
virtú que vos tenés y la que dios te ha dado, hacé que nadie me reconozca.
Ya entró en la iglesia, y vuelve a sentarse a la par de sus
hermanas, Que otra vez se quedaron como gallina viendo al guazalo, atontadas. En una de esas, así de reojo, acolumbra al
príncipe y el también y se puso rojita.
Otra vez el muchacho se quiere acercar a ella, para jalar
con ella, pero la cipota le daba miedo y se jue corriendo y el muchacho no pudo
platicar con ella.
Allá al rato llegan las hermanas.
-
¡Ay Pancha! Qué gonita que
andaba hoy la princesa
-
¡Si Panchona! Yo le caché una
piedrita de la glusa cuando mese acercó, pero no te la enseño.
-
¡Ya vas vos! Ella a mí osequió
la vincha, pero no te la enseño.
-
¡Mama! Mire que la Panchona se cachó
la vincha de la princesa.
-
¡Mentiras, mama! Jue la pancha
la que robo una piedra….
Y otra vez el relajo.
Panchita ni les hace caso. Pero ellas le preguntan.
¿Y vos Panchita?
¡Yo que!
¿Viste a la muchacha hoy? ¡JAJAJAJAJAJAJ!
Riéndose porque habían cortado el palo de mango.
¡Pues si! ¡La vi! Les
contestó
¿Ahhh? Se exclaman las envidiosas, ¿y por onde la devisaste?
Pues estaba sentada allí afuera en el cerco de piedra
destusando maíz cuando pasó y me pidió agua. Vine a la casa le di agua y se
sentó a platicar conmigo mientras se bebía su cumbita de agua.
Las mujeres allí nomasito se jueron a desbaratar el cerco de
piedra y a botar las piedras bien largo. Estaban que eran una chichintora
aquellas mujeres de bravas.
El otro domingo la Panchita, pues, abrió su última
manzanita. Y saca un vestido moradito bien fino con bordados de oro, y una
corona de plata con un montón de piedras bonitas… Aquello brillaba como para
apagarle los ojos a uno del fogonazo y también sacó unos zapatos de tacón con
chapas de oro y era un solo lucerío aquello….
Y lo mismo, se jue al pozo y…
-
Pescadito, pescadito, por la
virtú que vos tenés y la que dios te ha dado, hacé que nadie me reconozca.
Y ya nadie la conocía.
Y se vuelve a sentar
a la par de las hermanas, que siempre se quedaban como zaracucos con los ojos
pelados, pero no la reconocen.
Allá, cuando la misa terminó ella salió corriendo, el
príncipe estaba en la puerta del a iglesia ella lo vio y se escurrió por una
puerta del lado. Iba tan precisada que en la carrera se perdió un zapato que se
le quedo enredado en los palitos de flores que sembraba el padre.
El muchacho agarró el zapato y una limosnera le enseñó el
camino por onde agarro la muchacha. Y el muchacho dice esa es el camino de la
hacienda onde viven las panchas. Pero que van ser ellas si son bien feas,
parecen bojotes de camino.
Se jue a donde el rey y le dice:
-
Mire papa, hace tres domingos
que en la misa veo a una muchacha bien bonita. Bonita como una mazorquita de
maíz. Tiene una cinturita de calabazo y un pelo como de jilotillo tierno. Viera
papa que bonita. Pero no he podido pedirle que jalemos. Siempre se me va. ¡Mire!
Hoy en la carrera se perdió este zapatillo. Mire que hermosura.
-
Papa, le dice, yo quiero
casarme con ella.
El Rey se quedó pensando.
-
¡Mijo! Le dijo.
-
Aquí no podemos ir por tres
caminos. La solución la tenés vos en tus manos.
-
¿Ah? ¿Cómo es eso? Le dice el muchacho.
-
¡Si! Le dice el rey. Sí
encontrás a la mujer a la que ese zapato le quede bueno, pues esa es la mujer
que te conviene.
-
¡Púchica, papa! Usted sí sabe.
El príncipe llamó a sus soldados de confianza y se jueron de
casa en casa midiendo el zapato a las mujeres y nada. Todas las mujeres en
aquel lugar eran patonas o tenían la pata muy chiquita o tenían ojos de pescado
y así.
Pues allí anduvieron. Allá al rato pues llegaron a la casa
del viejito. Ya salió el viejito y saludo a l príncipe.
-
Buenas tardes le de dios, señor
don príncipe, saludó el viejito
-
Buenas tardes don
-
¿En qué puedo servirle a su
divinidá?
-
Pues aquí en misión. Me han
dicho que tenés hijas.
-
¡Si! Pereme un ratito
-
¡Mujer! ¡Llamá a las muchachas
que aquí las busca su eminencia!
La doña llamó a las hijas.
-
¡Pancha! ¡Panchona!
Allá contestan las dos destempladas
-
¿qué jue mama?
-
Vengan que las buscan
Allá vienen las taimadas que, cuando vieron al príncipe, se
les hicieron melcocha las canillas.
-
¡Ahora sí! Pensaron y salen empujándose
una con otra.
Señoritas, dice el muchacho, ando buscando a la propietaria
de este zapato. Y les enseña el zapato.
-
Ese Zapato es de yo, dice La
pancha
-
¡Mentiras! Es de yo, dice la
panchona
-
¡No! De yo
-
¡No! Es de mi ilegítima
propiedá
-
¡No! De la de yo
Y se arma la pelotera. Hasta que los soldados se metieron en
la trifulca y calmaron a las mujeres.
El príncipe dice:
-
Mídanselo.
-
Ta gueno, dice la Panchona, me
lo vuir a medir.
Se fue a la cocina agarro un cuchillo y se cortó el talón.
Se puso un trapo para no echar sangre y se metió a fuerza el zapato. Allá
salió.
-
¿Vaa que le dije que me quedaba
cheque?
Y diciendo esto, un gato que andaba por allí comenzó a jugar
con la tira que le salía por el talón del zapato y la mujer empezó a espantarlo
dándole pataditas y se enredó porque le dolía el talón y se cayó. El zapato
salió volando y la mujer empezó a sangrar. Allí nomasito los soldados la
metieron presa.
-
Yo les dije que era propiedá mía
de yo, dice la Pancha.
Agarra el zapato, se va a la cocina y se le ocurre coartarse
el dedo gordo y lo mismo. Ya se regresa medio renquiando y dice:
-
Mire que bonillito me luce.
Esta vez fue el perro del príncipe, que cuando sintió el
olor de sangre se le metió entre las canillas de la mujer y comenzó a lamerle
el pie. Aquella mujer se desesperó y le tiró una patada al perro y el zapato
salió disparado y la maña de la mujer quedó destapada. Al bote también.
El príncipe ya estaba inquieto. Ya habían pasado todas las
mujeres del pueblo y nada.
En eso el viejito le dice al príncipe:
-
Su majestá, fíjese que yo tengo
una hija. Esas que usté metió presas son
las hijas de la doña. La mía se esconde porque es bien penosa.
-
¡Viejito caretincute! le dice
el príncipe, ¡Y porque no me lo dijo antes!
-
¡Bueno ya se lo dije, pues! ¿Quiere
que se la llame?
-
¡Claro! ¡viejito carechancleta
este! Le dice el rey
-
¡Oooy, Panchita!
-
¡Diga papa!
-
Venga para acá que su sacramentísima,
el príncipe, quiere verla.
Como vestida de sirvienta salió a panchita. Pero así el
príncipe la reconoce y le dice que se ponga el zapato. El zapato le queda al
pique y ella toda roja le dice:
-
¡Y tengo el otro, fíjese!
Ella se sacó el otro zapato del delantal y se lo puso.
El príncipe se puso contento. Y le dijo al viejito que se
quería casar con ella. El viejito le preguntó a la Panchita que si se quería
casar con el muchacho y la panchita dijo que sí.
Y se casaron y el muchacho le preguntó que de donde había
sacado los vestidos. Ella le contó lo del pesacadito delante de la familia y
todo. Como la panchita era bien buena le dijo al príncipe que sacara de la
cárcel a las hermanas presas, que ellas no tienen culpa de ser así. El príncipe
le dijo que si y dio la orden de que las sacaran.
Después de que el príncipe se jue con la panchita, la mama y
las dos hermanas comienzan a regañar al viejito.
-
¡Vos viejo pelón! ¿Por qué le
diste las manzanas mágicas a Panchita?
-
¡Ve! ¿y yo que sabía?
-
Ahora te vas a buscarme d’esas
manzanas para mis muchachas, mira cómo les quedaron las patas.
Alla va el viejito… busca las mazanas para las mujeres… se
las lleva.
Aquellas mujeres se pusieron que se las llevaba el diablo de
alegres, y miren que se las llevó el diablo de verdad; porque cuando abrieron
la manzana sin decir las palabras del pescadito lo que salieron fueron dos
tobobas que se les enredaron en el pescuezo y las ahorcaron. Luego se las tragaron
y se jueron por el monte.
Ven por que les digo que hay que llevarse bien entre los
hermanos.
Colorín colorado,
Este cuento se ha acabado.
-
¡Oy Darío! ¿y eso que no
preguntaste nada hoy?
-
¡Güechos! Mi mama me dijo que
si hacia bulla me mandaba a dormir y que dejaba de contar.
-
¡Pero mañana le pregunto! Es
que no se que le pasó al pescadito.
¿vos crees que en esas
manzanitas hay cosas de verdad?
-
¡Ve! Cuando vamos a recoger
allí al palo que hay cerca de la pilona del agua allí solo hay semillas. ¿Pero
son buenas vaa?
-
¡Si! Vámonos a acostar. Vos
crees que la Muñeca va a parir mañana.
-
¡Sabe!
[1] En Honduras se les llamaba “turcos” a todos los árabes y sus descendientes que se establecieron en el país desde finales del siglo XIX. La mayoría eran sirios, libaneses, palestinos… que llegaban al país con pasaportes turcos. Casi todos eran comerciantes e instalaban sus negocios a los que les daban el nombre de bazar. En mi pueblo los más conocidos eran el Bazar San Andrés y el Bazar San Jorge, de Andrés y Jorge Hilsaca respectivamente.
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