Por Darío Izaguirre.
Advertencia: Este texto contiene un
lenguaje que podría no ser apto para menores y personas pulcras a las que la escatología
ofende. No se hace a propósito porque quitando el lenguaje en el que las
historias son contadas hasta el mismísimo Don Francisco de Quevedo y Villegas les
diría que no son más que una banda de fufurufos.
Siguiendo en este camino sinuoso de las tradiciones
orales, nos toca hoy explorar las rutas del chiste y del chascarrillo. Pero no
cualquier chiste o cualquier chascarrillo sino aquellos que han atravesado el
Océano junto con sus personajes.
Los personajes más conocidos de esta categoría son los
de Pedro Urdemales y Quevedo.
Hay que hacer una observación entre los personajes americanos
y los españoles.
El Quevedo americano, por ejemplo, es uno irreverente,
vago, borracho, pero verseador, espabilado y mordaz en sus respuestas. Es un
personaje que habla en latino y no usa grandes formulas lingüísticas ni
rimas perfectas.
En cambio, el Quevedo español es nada más y nada menos
que Don Francisco de Quevedo y Villegas. Gran poeta de la época de oro del
barroco español, conocido por sus obras en las que, muchas de ellas, se destaca
un cierto afán escatológico. Muchos tratados se han escrito sobre este aspecto
de la obra de Quevedo como los artículos “Quevedo: La obsesión excremental”.
Por Juan Goytisolo, aparecido en Triunfo; “Humor y agudeza en Gracias y
desgracias del ojo del culo”. Por Enrique Martínez Bogo; “Escatología y filosofía
en Quevedo”. Por Marie Roig Miranda, entre otros.
Y es que en realidad en su obra se encuentra mucho de
eso. Es así que, en El buscón, o en las réplicas a Góngora, o en Gracias
y Desgracias del Ojo del Culo, Quevedo trata el tema fecal sin miedo y
llamando las cosas por su nombre. Eso le valió su reputación de irreverente y
vulgar en ciertos medios de la sociedad española. Pero no se puede negar que
sus versos cuentan entre los más hermosos.
El Quevedo que nos llega a América se puede ver de dos
formas. Una es el del Quevedo académico y del cual se ha hecho algunos estudios
como “Quevedo en la Nueva España: Presencia de un conocido texto
escatológico de Quevedo en un impreso mexicano del siglo XVIII”. Por
Arnulfo Herrera. En ese tratado se analiza la versión mexicana de Gracias y
desgracias del Ojo del Culo: El que
aparece con el título de: GRACIAS, Y DESGRACIAS DEL NOBILISSIMO SEÑOR OJO DEL
CULO, DIRIGIDAS A DON CHUPAS DE LA NECESSARIA, MONTON DE PASSAS POR
ARROBAS. ESCRITAS POR EL BACHILLER DON
JUAN LAMAS EL DEL CAMISON CAGADO. Con licencia del Doctor Cagarria, Impresso en
Cagatecas, el ano passado.
Aquí se exagera el titulo original de la obra de
Quevedo que es simple como: Gracias y desgracias del ojo del culo, dirigidas
a Doña Juana Mucha, Montón de Carne, Mujer gorda por arrobas. Escribiólas Juan
Lamas, el del camisón cagado.
Otros estudios extensos nos ilustran sobre la
influencia del barroco español en la literatura de hispanoamericana,
evidentemente, concentrándose en la obra culta del Madrileño y la de Góngora.
Sin embargo, otra faceta de Quevedo nos ha llegado a América
y es aquella de la tradición oral.
Aun en España los chistes, agudezas y chascarrillos
atribuidos a Quevedo son frecuentes. En su artículo, Juan Goytisolo nos
presenta hasta qué punto el escritor había adquirido familiaridad con el tema
en cuestión en la cultura popular. Cuenta que después de la guerra civil la
sirvienta que se hacía cargo de él y de su hermano les habría contado el
chascarrillo de las nalgas de Quevedo en Italia:
“Un tal Quevedo, habiéndose bajado las calzas para
defecar en un lugar público, de espaldas a los viandantes, fue sorprendido en
dicha posición por un distinguido caballero italiano. «¡Oh, qué vedo!» habría
exclamado éste con horror […] A lo que habría respondido el español con mal
oculto orgullo: «Anda, ¡hasta por el culo me conocen!”. (Goytisolo, 1976:
38)”
En América ese chascarrillo es conocido y contado por
los campesinos, que en su vida han siquiera visto un libro, sin embargo, el
personaje es Quevedo. Un Quevedo a veces rebautizado. Ya no es Francisco de Quevedo
sino Jesús Quevedo:
En mi niñez, decían los paisanos que el nombre de
Quevedo era Jesús Quevedo y contaban que una vez Quevedo se sintió con ganas de
defecar y en la prisa buscó un rincón en una esquina para esconderse de los
peatones. Pero pasó que a pesar de sus esfuerzos por esconder su posterior,
este quedo al aire y al descubierto. Una señorita que pasaba por el lugar al
ver las nalgas de Quevedo se exclamó:
¡Jesús! ¿Qué veo?
Ante tal grito, Quevedo pensó:
¡Puta! ¡Soy tan famoso que hasta por el culo me
conocen!
Ella recopila una versión de ese cuento de la manera
que sigue:
Y va y le dice el rey:
–
¡Hombre, Quevedo...!
Y [Quevedo] contestó:
–
Hombre, ¿a qué puerta
llamará el rey que no le abran?
–
INFORMANTE: María del Pilar Montalvo. Nació en
1955, en Terrinches.”
Subía un truhán delante de un rey de Castilla por
una escalera y, parándose el truhán a estirarse el borzeguín, tuvo necessidad
el rey de darle con la mano en las nalgas para que caminasse. El truhán, como
le dio, echósse un pedo. Y tratándolo el rey de vellaco, respondió el truhán:
“¡A qué puerta llamara vuestra Alteza, que no le respondieran!” (timoneda,
1569: cuento xxxviiij).” (Jiménez Montalvo, 2010:
132-133).
Este enojado dio una palmada en las nalgas a
Quevedo, al que se le salió un pedo.
El rey enojado le dice:
-
Quevedo que mal educado
eres, me has echado un pedo.
Quevedo respondió.
-
¡Su majestad! usted es tan
poderoso que no hay puerta que usted toque que no se abra ante su poder.
Pero también existen otras anécdotas en América que se
le atribuyen a Quevedo. Inclusive se pone al personaje en lugares precisos en
los cuales Don Francisco nunca puso pie. Mi padre contaba que Quevedo era pícaro
es así que una vez que Iban unas mujeres caminando por una acera de Guatemala,
vieron que allí estaba Quevedo tirado en una esquina borracho y cagado.
Las mujeres ven aquello y se exclaman:
¡Ufáa! ¡Qu’hesiondez!
Quevedo oyendo eso responde:
¡De Guatemala, Señoritas!
¡Dios santo, Si está cagado! Se exclaman las damas.
¡A mi padre! ¡Juan de Abóbora[1]!
Responde Quevedo
Mi padre también contaba una de esas. Ella tenía que
ver con la franqueza de Quevedo cuando le fue a pedir la mano de la hija a un señor
don Juan. La fórmula muy “quevediana” en cuanto a la estructuración del verso, decía
así:
Patas de guarda fogón
Quiero que me dé su muchacha
Para casarme luego con ella
Pero a mí como hombre gusta
Que tras del pedo venga la mierda.
En mismo punto, y mientras se reacomodaba la sotana,
coincidió que fue alcanzado por Quevedo quien le dijo al cura:
¡Cura infeliz!
Se ha cagado en el camino
Por donde pasa el peregrino
Ese que puede ser zarandajo
O de su majestad el cortejo.
Y por si no lo sabía
O porque su oreja es sorda
Oigo sonar la alegría
Que del cortejo desborda.
Allí viene su real alteza
El rey y su esposa amada
Y vos no con tu gran destreza
Los honrás con tu cagada.
El cura atónito,
se pone la mano en la oreja para oír el tambor y, efectivamente, el cortejo ya
estaba demasiado cerca para salir huyendo. Al ver esto el cura se le ocurre la
idea de acusar a Quevedo de la cagada. Su reputación de irrespetuoso y truhan
lo precedía.
Al acercarse a los dos hombres, el rey hace que el
cortejo se detenga. El hedor de la caca era horrible; el rey abre la puerta del
carruaje y casi se muere de la estocada del hedor.
El cura se precipita, besa la mano del rey y le dice:
¡Vuestra majestad! Permítame poneros al corriente
de tan desafortunada situación. He aquí don Quevedo, que sin ninguna vergüenza
a hecho esta obra que ofende tan reales narices. Escuchando estaba vuestro
jolgorio y regañándolo estaba cuando de repente vi que vos te acercabas.
El Rey dice:
¡Con que otra vez Quevedo!
Traigan a ese bellaco que de él haré moronga, por
ofender mis narices, las de mi esposa y la de los ilustres que conmigo van.
¡Quevedo! ¿Así que fuiste vos el que me dejo ese regalo?
¡Vuestra majestad!
¿cómo cree semejante cosa?
Conozco de que perfumes se embriaga
No podría yo hacerle esa ofensa
Aunque lo ordenase mi barriga.
¿Y si no fuiste vos? ¿Quién fue?
Permítame su gran alteza
Explicarle este pasillo
Pasaba yo sin pereza
Por este dulce sendero
Cuando vi al monaguillo
Dejando su gran reguero.
¿Estás diciendo entonces que fue el cura?
El cura se insolenta y dice:
¡yo no fui! ¡Fue este sinvergüenza!
¡Yo creo que fuiste vos Quevedo!
Pero si sos capaz de hacerme unos versos en los que
se incluya A mí, el nombre de mi caballo que se llama Rayo, el nombre de mi
esposa que se llama Digna y cuyas flores preferidas son las violetas e incluyes
al cura y al cerote el mismo; te dejo ir.
Quevedo replica:
Vuestra majestad me pide
Que mi honor con versos salve
Y como usted así decide
Como Rayo haré inútil salve
Cura que la verdad haces tiras
Yo lo sé, no son mentiras
Y porque en mi bolsa falta oro.
Como testigo te imploro.
Quiero que mi abogado seas
Y que ante el rey intercedas
Vos, entre violetas cagado,
¡Oh! Dignísimo cerote
Porque no quiero ser condenado
por falta de culo de sacerdote.
El rey se quedo pensando y dijo:
Tal parece que ese cura se quiso burlar de Quevedo.
Pero fue el quien salió burlado.
¡Quevedo!
Dijo el Rey
¡Estás libre podés seguir tu camino! ¡Y vos cura
insolente, la próxima ves haz tus regueros por donde yo no pase!
Estos breves ejemplos no son sino migas en un mar de
leche. La tradición oral colonial es enorme, pero falta investigación. Si los
cuentos atribuidos a Quevedo son tan repandidos en la historia oral española
como hispanoamericana, no es solo producto de la coincidencia. Esas historietas,
como ya lo hemos visto, se pueden retrasar en el viejo mundo hasta en escritos
del siglo XVI, siglo en el que la conquista de América estaba en su paroxismo.
Y esos colonos y conquistadores por crueles que hayan sido tenían esa necesidad
inherente al humano, reírse.
En nuestro próximo escrito: una introducción a Pedro
Urdemanes.
[1] Abóbora: palabra portuguesa para designar a los ayotes y apellido
portugués de origen brasileño. Vaya usted a saber de donde sale ese cuentecillo
con una palabra tan precisa.