martes, 20 de abril de 2021

Don Francisco de Quevedo y Jesús Quevedo

 

Por Darío Izaguirre.

Advertencia: Este texto contiene un lenguaje que podría no ser apto para menores y personas pulcras a las que la escatología ofende. No se hace a propósito porque quitando el lenguaje en el que las historias son contadas hasta el mismísimo Don Francisco de Quevedo y Villegas les diría que no son más que una banda de fufurufos.

 

Siguiendo en este camino sinuoso de las tradiciones orales, nos toca hoy explorar las rutas del chiste y del chascarrillo. Pero no cualquier chiste o cualquier chascarrillo sino aquellos que han atravesado el Océano junto con sus personajes.

Los personajes más conocidos de esta categoría son los de Pedro Urdemales y Quevedo.

Hay que hacer una observación entre los personajes americanos y los españoles.

El Quevedo americano, por ejemplo, es uno irreverente, vago, borracho, pero verseador, espabilado y mordaz en sus respuestas. Es un personaje que habla en latino y no usa grandes formulas lingüísticas ni rimas perfectas.

En cambio, el Quevedo español es nada más y nada menos que Don Francisco de Quevedo y Villegas. Gran poeta de la época de oro del barroco español, conocido por sus obras en las que, muchas de ellas, se destaca un cierto afán escatológico. Muchos tratados se han escrito sobre este aspecto de la obra de Quevedo como los artículos “Quevedo: La obsesión excremental”. Por Juan Goytisolo, aparecido en Triunfo; “Humor y agudeza en Gracias y desgracias del ojo del culo”. Por Enrique Martínez Bogo; “Escatología y filosofía en Quevedo”. Por Marie Roig Miranda, entre otros.

Y es que en realidad en su obra se encuentra mucho de eso. Es así que, en El buscón, o en las réplicas a Góngora, o en Gracias y Desgracias del Ojo del Culo, Quevedo trata el tema fecal sin miedo y llamando las cosas por su nombre. Eso le valió su reputación de irreverente y vulgar en ciertos medios de la sociedad española. Pero no se puede negar que sus versos cuentan entre los más hermosos.

El Quevedo que nos llega a América se puede ver de dos formas. Una es el del Quevedo académico y del cual se ha hecho algunos estudios como “Quevedo en la Nueva España: Presencia de un conocido texto escatológico de Quevedo en un impreso mexicano del siglo XVIII”. Por Arnulfo Herrera. En ese tratado se analiza la versión mexicana de Gracias y desgracias del Ojo del Culo:  El que aparece con el título de: GRACIAS, Y DESGRACIAS DEL NOBILISSIMO SEÑOR OJO DEL CULO, DIRIGIDAS A DON CHUPAS DE LA NECESSARIA, MONTON DE PASSAS POR ARROBAS.  ESCRITAS POR EL BACHILLER DON JUAN LAMAS EL DEL CAMISON CAGADO. Con licencia del Doctor Cagarria, Impresso en Cagatecas, el ano passado.

 

Aquí se exagera el titulo original de la obra de Quevedo que es simple como: Gracias y desgracias del ojo del culo, dirigidas a Doña Juana Mucha, Montón de Carne, Mujer gorda por arrobas. Escribiólas Juan Lamas, el del camisón cagado.

 

Otros estudios extensos nos ilustran sobre la influencia del barroco español en la literatura de hispanoamericana, evidentemente, concentrándose en la obra culta del Madrileño y la de Góngora.

 

Sin embargo, otra faceta de Quevedo nos ha llegado a América y es aquella de la tradición oral.

Aun en España los chistes, agudezas y chascarrillos atribuidos a Quevedo son frecuentes. En su artículo, Juan Goytisolo nos presenta hasta qué punto el escritor había adquirido familiaridad con el tema en cuestión en la cultura popular. Cuenta que después de la guerra civil la sirvienta que se hacía cargo de él y de su hermano les habría contado el chascarrillo de las nalgas de Quevedo en Italia:

Un tal Quevedo, habiéndose bajado las calzas para defecar en un lugar público, de espaldas a los viandantes, fue sorprendido en dicha posición por un distinguido caballero italiano. «¡Oh, qué vedo!» habría exclamado éste con horror […] A lo que habría respondido el español con mal oculto orgullo: «Anda, ¡hasta por el culo me conocen!”. (Goytisolo, 1976: 38)”

En América ese chascarrillo es conocido y contado por los campesinos, que en su vida han siquiera visto un libro, sin embargo, el personaje es Quevedo. Un Quevedo a veces rebautizado. Ya no es Francisco de Quevedo sino Jesús Quevedo:

 

En mi niñez, decían los paisanos que el nombre de Quevedo era Jesús Quevedo y contaban que una vez Quevedo se sintió con ganas de defecar y en la prisa buscó un rincón en una esquina para esconderse de los peatones. Pero pasó que a pesar de sus esfuerzos por esconder su posterior, este quedo al aire y al descubierto. Una señorita que pasaba por el lugar al ver las nalgas de Quevedo se exclamó:

¡Jesús! ¿Qué veo?

Ante tal grito, Quevedo pensó:

¡Puta! ¡Soy tan famoso que hasta por el culo me conocen!

 Esa pues es la versión hondureña del chascarrillo citado por Goytisolo.

 Otro chiste atribuido a Quevedo es aquel del pedo en las gradas. Si usted entra en internet en las versiones orales de este cuento en España Quevedo aún estaba vivo aun en la época franquista. La nalgada que hizo que Quevedo soltara una flatulencia no se la dio el rey, se la dio Franco. La versión popular de este chiste la ha recopilado María del Mar Jiménez Montalvo en su artículo: Una pequeña colección de chistes de Quevedo.

Ella recopila una versión de ese cuento de la manera que sigue:

 “Estaban Quevedo y el rey, y iban subiendo unas escaleras, y se le desató el zapato [a Quevedo]. Y al atárselo, como se le puso el culo en pompa, le dio el rey un manotazo en el culo para que siguiera, y Quevedo se tiró un pedo.

Y va y le dice el rey:

         ¡Hombre, Quevedo...!

Y [Quevedo] contestó:

         Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?

          

INFORMANTE: María del Pilar Montalvo. Nació en 1955, en Terrinches.”

 Y continua en su artículo:

 “...éste es un cuento…, es muy antiguo en España. En el siglo XVI aparece ya recogido en una colección de cuentos de tradición oral titulada El sobremesa y alivio de caminantes (1569), del escritor y editor valenciano Joan Timoneda:

Subía un truhán delante de un rey de Castilla por una escalera y, parándose el truhán a estirarse el borzeguín, tuvo necessidad el rey de darle con la mano en las nalgas para que caminasse. El truhán, como le dio, echósse un pedo. Y tratándolo el rey de vellaco, respondió el truhán: “¡A qué puerta llamara vuestra Alteza, que no le respondieran!” (timoneda, 1569: cuento xxxviiij).” (Jiménez Montalvo, 2010: 132-133).

 Y nuestra versión local se encuentra entremezclada con otra broma atribuida a Quevedo y es aquella de la reverencia y que he aquí:

 También decían que Quevedo era muy irrespetuoso con el rey y que nunca le hacia la reverencia. Esto era imperdonable, pero Quevedo, al mismo tiempo, era muy querido del rey y no quería castigarlo con cárcel o destierro, así que pensó en construir una puerta tan baja en la que todo el que entrara tendría que agacharse y hacerle obligatoriamente la reverencia. Entonces mandó a llamar a Quevedo y cuál no sería la sorpresa que cuando este entró entro agachado, sí, pero de espaldas al rey.

Este enojado dio una palmada en las nalgas a Quevedo, al que se le salió un pedo.

El rey enojado le dice:

-          Quevedo que mal educado eres, me has echado un pedo.

Quevedo respondió.

-          ¡Su majestad! usted es tan poderoso que no hay puerta que usted toque que no se abra ante su poder.

 

Pero también existen otras anécdotas en América que se le atribuyen a Quevedo. Inclusive se pone al personaje en lugares precisos en los cuales Don Francisco nunca puso pie. Mi padre contaba que Quevedo era pícaro es así que una vez que Iban unas mujeres caminando por una acera de Guatemala, vieron que allí estaba Quevedo tirado en una esquina borracho y cagado.

Las mujeres ven aquello y se exclaman:

¡Ufáa! ¡Qu’hesiondez!

Quevedo oyendo eso responde:

¡De Guatemala, Señoritas!

¡Dios santo, Si está cagado! Se exclaman las damas.

¡A mi padre! ¡Juan de Abóbora[1]!

Responde Quevedo

 Pero la imagen de Quevedo vivas y certero en sus respuestas es acompañada también de esa construcción poética, por así decirlo, de la copla en rima.

Mi padre también contaba una de esas. Ella tenía que ver con la franqueza de Quevedo cuando le fue a pedir la mano de la hija a un señor don Juan. La fórmula muy “quevediana” en cuanto a la estructuración del verso, decía así:

 Señor don Juan Patón

Patas de guarda fogón

Quiero que me dé su muchacha

Para casarme luego con ella

Pero a mí como hombre gusta

Que tras del pedo venga la mierda.

 Otros cuentos mas largos y más elaborados circulaban en las campiñas de honduras en los años 70 una de ellas era contada por un campesino, trabajador de mi padre cuyo nombre era Vidal, su apellido imposible de recordarlo. Ese hombre, como ya lo he notado en otra nota, era un narrador nato. Sin haber ido a la escuela se sabía un sin numero cuentos de las Mil y una Noche y Cuentos de Quevedo como el que les comparto a continuación, que he conservado desde mi infancia y que se los cuento con mis propias palabras:

 Un sacerdote se trasladaba de su parroquia a otra comunidad y el camino le agarró urgencia de defecar. Sin tiempo, porque la necesidad apremiaba, se arremangó la sotana y al ladito del camino, entre las flores dejó salir su sobrecarga inmensa y mal odorante.

En mismo punto, y mientras se reacomodaba la sotana, coincidió que fue alcanzado por Quevedo quien le dijo al cura:

 

¡Cura infeliz!

Se ha cagado en el camino

Por donde pasa el peregrino

Ese que puede ser zarandajo

O de su majestad el cortejo.

 

Y por si no lo sabía

O porque su oreja es sorda

Oigo sonar la alegría

Que del cortejo desborda.

 

Allí viene su real alteza

El rey y su esposa amada

Y vos no con tu gran destreza

Los honrás con tu cagada.

 

 El cura atónito, se pone la mano en la oreja para oír el tambor y, efectivamente, el cortejo ya estaba demasiado cerca para salir huyendo. Al ver esto el cura se le ocurre la idea de acusar a Quevedo de la cagada. Su reputación de irrespetuoso y truhan lo precedía.

Al acercarse a los dos hombres, el rey hace que el cortejo se detenga. El hedor de la caca era horrible; el rey abre la puerta del carruaje y casi se muere de la estocada del hedor.

El cura se precipita, besa la mano del rey y le dice:

¡Vuestra majestad! Permítame poneros al corriente de tan desafortunada situación. He aquí don Quevedo, que sin ninguna vergüenza a hecho esta obra que ofende tan reales narices. Escuchando estaba vuestro jolgorio y regañándolo estaba cuando de repente vi que vos te acercabas.

El Rey dice:

¡Con que otra vez Quevedo!

Traigan a ese bellaco que de él haré moronga, por ofender mis narices, las de mi esposa y la de los ilustres que conmigo van.

 Quevedo se presenta ante el rey con una reverencia.

 ¡Quevedo! ¿Así que fuiste vos el que me dejo ese regalo?

 

¡Vuestra majestad!

¿cómo cree semejante cosa?

Conozco de que perfumes se embriaga

No podría yo hacerle esa ofensa

Aunque lo ordenase mi barriga.

 

¿Y si no fuiste vos? ¿Quién fue?

 

Permítame su gran alteza

Explicarle este pasillo

Pasaba yo sin pereza

Por este dulce sendero

Cuando vi al monaguillo

Dejando su gran reguero.

 

¿Estás diciendo entonces que fue el cura?

 

El cura se insolenta y dice:

¡yo no fui! ¡Fue este sinvergüenza!

 El rey impaciente porque estaba perdiendo tiempo por una simple cosa de la naturaleza y porque no aguantaba el hedor, dice:

 Bueno, yo no creo que las santas nalgas de este cura puedan hacer tan fétido trabajo.

¡Yo creo que fuiste vos Quevedo!

Pero si sos capaz de hacerme unos versos en los que se incluya A mí, el nombre de mi caballo que se llama Rayo, el nombre de mi esposa que se llama Digna y cuyas flores preferidas son las violetas e incluyes al cura y al cerote el mismo; te dejo ir.

 

Quevedo replica:

 

Vuestra majestad me pide

Que mi honor con versos salve

Y como usted así decide

Como Rayo haré inútil salve

 

Cura que la verdad haces tiras

Yo lo sé, no son mentiras

Y porque en mi bolsa falta oro.

Como testigo te imploro.

 

Quiero que mi abogado seas

Y que ante el rey intercedas

Vos, entre violetas cagado,

¡Oh! Dignísimo cerote

Porque no quiero ser condenado

por falta de culo de sacerdote.

 

El rey se quedo pensando y dijo:

Tal parece que ese cura se quiso burlar de Quevedo. Pero fue el quien salió burlado.

¡Quevedo!

Dijo el Rey

¡Estás libre podés seguir tu camino! ¡Y vos cura insolente, la próxima ves haz tus regueros por donde yo no pase!

 

Estos breves ejemplos no son sino migas en un mar de leche. La tradición oral colonial es enorme, pero falta investigación. Si los cuentos atribuidos a Quevedo son tan repandidos en la historia oral española como hispanoamericana, no es solo producto de la coincidencia. Esas historietas, como ya lo hemos visto, se pueden retrasar en el viejo mundo hasta en escritos del siglo XVI, siglo en el que la conquista de América estaba en su paroxismo. Y esos colonos y conquistadores por crueles que hayan sido tenían esa necesidad inherente al humano, reírse.

En nuestro próximo escrito: una introducción a Pedro Urdemanes.



[1] Abóbora: palabra portuguesa para designar a los ayotes y apellido portugués de origen brasileño. Vaya usted a saber de donde sale ese cuentecillo con una palabra tan precisa.

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