jueves, 15 de abril de 2021

Anécdotas puntuales o puntudas-3

Manguales y luceros 

Hablábamos con un colega de si los cuentos españoles habían cruzado el Atlántico con los primeros colonos. Yo le decía, que yo creo que sí. El problema es que tanto los colonos como las generaciones que los siguieron, incluyendo las nuestras, hemos sido una chibola de analfabetos.

En la entrada de las anécdotas puntuales-2 les contaba un cuento que, a su vez, nos contaba mi mamá. Sucede que ese cuento es de tradición europea, es de los cuentos recopilados por los Hermanos Grimm. Y allí fue donde la mula botó a Jenaro. Todos creemos que los Grimm son los grandes escritores de cuentos para niños. Todos creemos también que fue Graham Bell quien inventó el teléfono y Alba Edison el bombillo; pero eso no es más que propaganda. Lo que sí hay que reconocer a los hermanos Grimm, es que tuvieron la presencia de espíritu de compilar una serie de cuentos populares y tradiciones y ponerlas por escrito y hacerlas hacer un viaje en la historia, universalizarlas, como quien dice.

No es raro entonces que esas historias que me contaba mi madre, quien no paso ni el segundo grado en un pueblito botado del norte de Nicaragua, haya aprendido esos cuentos de su madre o de sus tíos y estos a su vez de sus padres. Es así que se transmite la historia oral, pasa despacito de generación en generación, lo mismo con los cuentos africanos y las leyendas que se encuentran en el norte de Canadá en los pueblos Cri. Justamente pueblos en su mayor parte analfabetos pero que toman la tradición oral en serio, porque es la manera de transmitir los conocimientos ancestrales.

Otro rasgo de la tradición oral en los cuentos campesinos, es la usanza de términos y formulas arcaicas. Las palabras como gamonal, mangual, grupera, albarda (en el sentido de silla de montar), damajuana, picacaranga y otras propias del lenguaje paisano son características de la narrativa tradicional.

En mi infancia, conocí a un hombre, Vidal se llamaba o tal vez se llamé. Ese hombre no sabía leer ni escribir, pero te podía contar la mitad de Las Mil y Una Noche, para él las princesas eran principesas y las ronces pastes gigantes. Es por eso que sostengo que la investigación sobre la transocianeidad de los cuentos y leyendas se debe hacer, no de España hacia América, sino al contrario. Se necesita recopilar los cuentos en las montañas y compararlos con la tradición europea.

Hoy les voy a compartir un debate familiar. Sucede que mi madre era una mujer que raras veces se le oía decir malas palabras o llamar a la gente por su apodo. Ella decía que a la gente hay que llamarla por su nombre correcto. Sólo una vez se equivocó en eso creo yo. Fue cuando Mandó a Yelba mi hermana a hacer un mandado donde el carpintero del pueblo que se llamaba José Merlo. Todo el mundo lo llamaba José Mesino porque era chiquito y flaco y decían que era sietemesino.

Pues mi mamá no sabía ella pensaba que era el apellido de don Joche. Mandó a Yelba y le dijo: Andá allí tocas la puerta y preguntas si allí vive don José Mesino. Mi hermana se fue y cuando tocó la puerta, la esposa de don José salió y mi hermana ingenuamente le preguntó ¿Aquí vive don José Mesino? Doña Adriana bien brava le dice: ¡Ve que cipota mas mal criada! ¡Aquí quien vive es José Eduviges Merlo, aquí no hay ningún José Mesino! Mi pobre hermana mas perdida que una cabra en procesión se regresó para la casa por que doña Adriana casi le chatea la nariz con la puerta.

Bueno, el debate es que mi madre nos contaba una historia en la que la palabra mangual salía a relucir. Durante fuimos cipotes nunca le paramos coco a la tal palabra. Pero más tarde las preguntas sobre el significado de la palabra se volvieron insistentes.

Yo, como siempre he sido curioso le pregunté una vez, ya grande, a mi mamá que era eso del mangual. Ella contesto sin utilizar la palabra mas común para dicho objeto, que se trataba del etcétera. ¡Gran clavo! Pasamos de mangual a etcétera.

Hace poco hablando con mi hermana ella me decía que a saber qué era eso. Que no podía ser un órgano fálico, porque mi mamá no era vulgar. Y se fue a internet y encontró que el mangual no es más que un arma medieval compuesta por un mango de madera, una cadena y una bola de hierro con puntas. Una maza, a la que también se le llama Lucero de la Mañana, mire usted, estos españoles tan metafóricos.

 

Mangual o lucero del alba (tomada de:https://www.antiguedades.es/espadas-vendidas/2212-antiquisimo-mangual-o-lucero-del-alba-en-buenas-condiciones-circa-1500.html)

No conforme con esa descripción porque la cuestión no tenía sentido en el cuento que nos contaba mi mamá, decidí profundizar en el asunto y ver donde estaba el sentido de la dicha palabra.

Siguiendo la misma pista que mi hermana encontré, en efecto que el mangual es un arma medieval que deriva de una herramienta de trabajo, el Mayal, propio de España y que sirve para desgranar (aporrear) cereales y quebrar nueces por percusión. Ese instrumento está constituido de un mango largo con un anillo de hierro en la extremidad, que sirve para fijar otro cabo más corto de madera.

Tal parece que esta herramienta no atravesó el Atlántico. Nuestros campesinos utilizan el garrote para aporrear los frijoles en lugar del mangual o mayal.

Mayal o mangual la herramienta agrícola (tomada de:https://educalingo.com/en/dic-pt/mangual)

 

Pero, pero, pero. De primas a primeras el asunto tampoco concuerda con la cosa del a que hablaba mi mamá en el cuento.  Entonces quisimos ir más lejos.

En lingüística se sabe que las palabras caen en desuso por infinidad de razones. Por ejemplo, quien habla ahora de una verga de toro para referirse a una fusta. ¡Nadie! Por la simple razón que las fustas ya no se hacen de un pene de toro. Lo mismo pasa con el mangual, como arma es obsoleta y como instrumento agrícola pues es casi extinto.

Me puse a buscar en la literatura picaresca del del siglo XVI y XVII y me encontré algo muy interesante. Un libro que se llama “Arte de las Putas” de Nicolás Fernández de Moratín (Madrid 1737-1780). En este libro hay en su poema I y parte II, hay un verso que dice así: 

“Alzó él sus habitazos cazcarriosos

presentando un mangual como una torre, 160

y en vez de una belleza soberana   

se encontró un miembro femenil podrido,

lleno de incordios, unos reventados…” 

 

Habla este verso de un cura que, levantando sus hábitos, mostraba su miembro en erección.  Camilo José Cela, en su obra “Diccionario del Erotismo” volumen II, dice que Mangual: es una metáfora formal del pene (el pene semeja un mangual). Cela 1988, pp. 611-612.

Además, en unblog, bueno los blogs no son la mejor referencia, dice que hay infinidad de maneras de nombrar al pene y nos da una lista exhaustiva de palabras ordenadas alfabéticamente, en las que se incluye mangual.

 

Entonces, en resumen, la herramienta no cruzó el océano, pero si la metáfora.  También probamos que mi mamá no era mal hablada, porque o era mangual o era etcétera, pero no pirrincha, pinga, masacuata u otros. 

Aquí les va pues otro cuento de mi mama, aclaro que la versión que les ofrezco es una en los que los agujeros de los recuerdos han sido llenados con la ayuda de una recopilación de cuentos populares hecha en Órjiva en Granada, España y la cuenta una señora de 73 años y otras versiones que circulan en la red. Sin embargo, esas versiones sólo sirvieron para rellenar las lagunas. En esas versiónes el mangual es remplazado por el rabo del burro, otra palabra, neutra, que porta a confusión. 

Lucerito de oro y el mangual del burro 

Mi papa no había regresado aun de Jamastrán, en donde sembraba frijoles en las tierras de don Chema Tercero. Mi mama se las tenía que arreglar con todos los quehaceres de la casa y de las tierras. Ordeñar las vacas, cuidar las gallinas, mandar pajareros a la milpa y controlar que los trabajos se hicieran. Esto no lo hacia sola. Melba, mi hermana Griselda (que se acostaba tempranito) y yo le ayudábamos en lo que podíamos, porque mi hermano aun no vivía con nosotros. Con Malba íbamos a recoger los terneros, con don Rubén Aguilar le ayudábamos a apartar las vacas de los terneros en la tarde nos íbamos a meter las vacas al potrero, ayudados por los perros Terris y Yolis. Nos acostábamos con las gallinas, a eso de las siete y media de la noche, pero nos levantábamos temprano.

Ya en la nochecita la rutina era la misma. Mi mama se sentaba en el corredor a fumar y nosotros fregando alrededor de ella preguntando cosas o pidiéndole uno de sus cuentos que, como ella decía no eran muchos, pero a nosotros nos extasiaba y nos transportaba a mundos que no conocíamos. 

-          Mama ¿Cuál cuento nos va a contar hoy?

-          Pues, ¿Quién le dijo a usté que yo iba a contar cuentos hoy?

-          Es que mi papa no está para que nos cuente los cuentos de tillo Coyote, o el del compadre rico y el del compadre pobre.

-          ¡Ah! Ya luego va a venir tu papa. Esos cuentos yo no me los sé.

-          ¿Cuáles se sabe pué?

-          Sos malo vos, me querés echar en gallina.

-          Jajajaja

-          ¡Melba, venite que mi mamá nos va a contar un cuento!

-          Vaya pues les voy a contar el de Lucerito de Oro. Pero espérense que vuir a ver una cosa que tengo en la cocina.

De la cocina aun salía el olor del ayote en miel. Moncha la de Santos le había traído un ayote a mi mama y ella lo había puesto a cocer con dulce de rapadura. Mi mama regresó con dos platitos con un pedazo de ayote en miel cada uno y un vaso de leche hervida. 

-          Bueno, dice mi mama mientras le daba un jalón a su Royal. 

Había una vez, allá en un pueblo, bien largo de aquí, un rey al que se le había muerto la señora y se quedó solo con una hija ya muchacha. Cerca de allí en otro palacio vivía una señora bien hermosa también se había muerto el marido y que tenía otra hija. 

El rey se estaba muriendo de pena moral… 

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-          ¿Y qué es eso mama?

-          ¡Ve ya comenzó sampalajagua!

-          La pena moral es una tristeza perra que les da a la gente y hasta se pueden morir de eso. Otra gente le dice musepo

-          ¡Ahh! ¿Verdá Melba que vos no sabías?

-          Shiiiit, que quiero oír.

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La hija del rey cuando lo miraba así amusepado lo atendía y le decía: 

-          Ya no lloré papa. Mire que su santa esposa ya está con Dios…

El rey contestaba:

-          Yo me quiero ir con ella, yo me quiero morir.

-          Sin tu mama no puedo seguir, la vida se me hace cuesta arriba. 

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-          Ya se parecía a don Pedro Sosa Cuando se quería ir al hoyo con Lencho.

-          ¡Melba! Y si se muere el rey quien va a cuidar a la muchacha.

-          Y yo que sé, preguntale a mi mama

-          ¡Mejor me callo!

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Pero la muchacha lo urgaba y le decía que allá en el otro valle vivía una señora bien bonita, sin marido y que tenía una hija que le podía hacer compañía a ella que se la pasaba sola ene ese palacio.

Un día hubo un baile, con conjunto de cuerdas y todo. El rey fue porque no le quedaba de otra, pues era el gamonal del pueblo. Allí andaba la doña con la hija. El rey la vio y la saludó.

La doña bien pispireta se le acercó y se sentó con él, y allí bien atenta y todo. Le contaba chistes y pasillos y el rey se reía.  La hija del rey se dijo:

-          Ya stuvo esto.

 

Entonces, la muchacha cuando regresó al palacio le pregunta al rey: 

-          Entonces su majestá, ¿Qué tal le pareció la doña? ¿Verdá que es bonita? Lo vi bien alegre. 

El rey le contestaba: 

-          ¡Si! Está hermosa, pero yo no quiero traer una mujer que le va dar todo a su hija y a vos te va tratar mal y su hija es un poco metiche y sacona. 

Pero la doña, comenzó a pasar seguido por el palacio. Le llevaba comidita, rosquillas en miel, ojaldras, queques… al rey, hasta que se lo hecho a la bolsa. Y el rey terminó casándose con la vieja. 

Allí empezó el calvario para Lucerito, así se llamaba la hija del rey. La vieja tal por cual mandaba en todo y hasta ponía a trabajar a Lucerito en los peores trabajos. La obligaba a cuidar los chanchos y curarles las gusaneras a lavar los servicios y todo.

Le quitó todas las cosas bonitas que tenía y se las dio a su hija.

El rey estaba como tonto embelesado en la doña. Ya no estaba triste y se la pasaba de fiesta en fiesta con su nueva señora y bebiendo guaro. 

La madrastra seguía tratando mal a Lucerito y ya ni de comer le daba. Un día la mandó que le llevara el almuerzo a su papa que estaba cuidando unas milpas con los trabajadores, pero le dijo que cuidadito tocaba la comida, porque si no la mataría. La cipota iba llorando a moco tendido por el camino, cuando se le apareció una viejita, así curcuchita y media renquita,  que le preguntó: 

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-          ¡Melba!

-          ¿Qué?

-          Esa viejita se parece a Doña Chavela[1], ¿será ella?

-          ¡Ay Dario! Usté que no entiende que eso es un cuento.

-          Si pero era cusquita y viejita… Como doña Chavela. 

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-          ¿Y usté por qué llora mijita?

-          ¡Hay doña! Mire que mi papa se casó de nuevo y mi madrastra es bien mala. Fíjese hoy no he comido y me mandó a que le llevara el almuerzo a mi papa, pero me dijo que no lo tocara, que no coma nada.

-          Entonces la viejita le dijo:

-          Mire mija, abra la servilleta y el motetito y coma, no se priocupe. 

Ella, al principio, no quiso, pero la viejita le dijo que nadie se iba a dar cuenta. La muchacha comió y a pesar de que comió, la comida quedó entera.

 

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-          ¡Oy mama! ¿Entonces esa viejita es la misma de Tres Ojitos?

-          ¡vas a ver Melba le va a dar un palo de oro! Esa viejita es bien buena.

-          Pues si mijo. No se acuerda que le dije que se iba ayudarle a otra gente. Allí está pué. 

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Entonces la viejita le dijo:

-          Mirá mijita de ahora en adelante no te va a faltar nada, vos sos buena gente. Tomá este chal guárdalo quedito y cuando en la nochecita rebuzne el burro amarrate la cabeza y cuando en la mañanita cante el gallo quítatelo. Y vas a ver lo que te va a pasar. Te va a gustar. 

La chigüina bien mandada, agarro el pañuelo y se jue dejarle el almuerzo al rey, que comió y ni siquiera le echo un ojo a la hija.

 Allá en la nochecita, ya se oyó a los burros rebuznando entonces Lucerito se amarró la cabeza con el pañuelo. En la madrugada, turbito, cuando cantó el gallo y que las gallinas comenzaron a bajarse del palo, Lucerito se quitó el pañuelo, y se quedó almirada cuando jue al pozo y a lavarse la cara y vio que tenía un lucero de oro en la frente. Brillaba aquella cosa.

Regresó a la casa un poco asorocada con unos ojos de vaca viendo pasar el tren. Y a la madrastra se le cayó la quijada cuando vio aquello tan bonito.

Y le dice: 

-          A ver vos cipota ¿De onde agarraste eso? ¿Onde te lo robastes?

Y agarra un tiesto de teja y le restriega la frente para quitarle aquello. Y entre más la restregaba más brillaba la cosa.

-          ¡Vos muchacha! le dice a la hija, andá buscá una pelota de jabón de chancho, una tusa desminusada, agua y ceniza, pa’ restregarle esto a esta cipota. 

Ya se jue la cipota a buscar lo que le dijo la mama. Cuando volvió aquella vieja se pone a restregar a la cipota como quien friega una hoya con costra de frijoles quemados. Y échele mejanga. Y nada. Más brillaba aquel lucero, bien bonito… 

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-          ¡Oy Mama! ¿Y para que le servía esa estrellita a la muchachita? ¿Se come?

-          Lo que se come es el ayote y la leche, y usté no se lo come por estar preguntando.

-          ¡Me callo pues!

-          Jajajaja ¿Verdá que te regañaron? 

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Y le pregunta otra vez la vieja.

 

-          ¿De onde sacaste eso?

 

La chavalita le conto todo el asunto. Entonces la vieja brava la metió en un cuarto y la encerró.

 

Entonces, la madrastra le dijo a su hija de ella:

Mañana vas a ser vos la que le va air a dejarle el almuerzo a tu padrastro. Pero antes corta un montón de cebolla para que llores y tengas los ojos rojos. Si te sale la viejita le contás lo mismo que la Lucero y ojalá te de una estrella más grande. 

Al siguiente día la hija de la vieja hasta se restregó cebolla en los ojos para tener los ojos más colorados, y se jue con el atadito a dejar almuerzo. Y allí iba chillando de mentitas con los ojos colorados de la cebolla. Allí en el mismo punto, encontró a la viejita. 

-          ¿A ver mijita y usté porque llora?

-          ¡Viera doña! Mi mama es bien mala, me pega, me jala las mechas y no me da de comer.

La viejita la chotea y la ve que está rosadita y gordita.

-          Y mire aquí voy a dejar almuerzo y yo no he comido. ¡Tengo una hambre perra!

-          Bueno pues, le dice la viejita, coma del almuerzo de su papa y no se priocupe que no le va a pasar nada.

La mona gulienta se lo comió todo, no dejo ni los huesos del pollo.

Entonces la viejita hizo aparecer otro pollo bien bueno y se lo envolvió. Y le dijo a la muchacha.

-          Bueno mija, aquí le vua dar este regalito.

Y ya le dio el pañuelito. Y mire ve, en la mañanita, cuando el gallo cante, amárrese la cabeza con el y en la nochecita, cuando el burro rebuzne quíteselo. Va ver lo que le va a salir. 

Y así jue. Cuando volvió al palacio, ya le contó a su mama lo que le había pasado. Aquellas mujeres estaban que no cabían de alegres, porque iban a tener lo mismo que lucerito y más grande.  

Al siguiente día la chorompona de la hermana estaba aguja, a ver a que horas cantaba el gallo.

-          Quiquiriquí… cantó el gallo.

Allí nomás se amarró la cabeza con el chal. Y allí anduvo con la cepa amarrada todo el día. Allá en la tardecita, allí estaba ojo al cristo a ver a que horas rebuznaba el burro.

Alla como a las seis y media…

-          Jijon, hijon, jon, jon jon, rebuzno el burro.

La cipota se quita el pañuelo, y sale corriendo a verse en el espejo…

Cual no sería el brinco de aquella cipota, cuando vio que en vez de una estrella lo que le había salido en la frente era el mangual del burro. 

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-          Miren lo que le paso por envidiosa a esa muchacha.

-          ¡Oy…!

-          ¡Allí va don pregutadera!

-          ¡Perate Melba! Es que mi mama dijo mangual ¿Qué es eso mama?

La cosa se puso un poco turbia porque para mi mama era un poco difícil de explicar.

-          ¡Buubuueno! Dejen de preguntar cosas. Allí le preguntan a José cuando vuelva.

-          ¡Ay no! ¡Así no juego!

-          Mijo usté como que se quiere ir a acostar temprano. Ya le dije pregúntele a su papa. Lo único que le voy a decir es que el mangual es bien feo y no brilla.

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El retobo más grade jue el de la vieja cuando vio aquello tan feo en la frente de la hija. Era largo y le caía por la cara.

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-          ¡Ahhhh! Ya sé ¡es la cola del burro!

-          ¡Callate! Te van a mandar a dormir. 

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Ahora a la que le tocaba estar encerrada era a la hija de la vieja pues, aunque la mama había intentado córtale el mangual, aquella cosa le volvía a salir y cada vez mas grande. Entonces allí pasaba encerrada, y llorando. 

Por aquellos días un muchacho hijo de otro rey andaba buscando novia buscando novia. Entonces armó un baile y invitó a todas las solteras del valle al palacio de su papa. La madrastra le hizo un moño a su hija con el mangual la arregló bien y la llevó al baile. A lucerito le sacaron un montón de losa sucia y de ropa sucia y un montón de maíz para desgranar y le dijieron que si había terminado de hacer todo al final del día que la iban a llevar al baile.  

La muchacha lucerito se apuró y como quien se quita una braza de las nalgas, terminó todo a tiempo.

-          Ya terminé, les dijo.

-          Pues mira qué cosas, le dice la vieja, Y con que vestido vas a ir si solo chlilincos viejos tenés.

Y se jueron en aquellos caballos bien jarciados. 

Lucerito se quedó llorando, como José el de la canción del radio. Entonces se le apareció otra vez la viejita y le preguntó:

-          ¿Por qué no vas al baile?

-          Porque yo no tengo ropa, solo estos chlilincos manchados y rotos.

 

Entonces la viejita agarró una tusa, dos cascaras de huevo, un pedacito de cabuya y unas flores de alcotrán y se la dio a Lucerito. Agarró una ramita y le dijo:

-          Ramita, ramita, por la virtú que tenes y la que Dios te ha dado que se convierta esto en ropa.

Y pulungún, que le aparen un vestido (la tusa), Los zapatos (las cacaras de huevo), Un collar (la cabuyita y aritos (las flores de alcotrán).

-          Pero doña, mire que no tengo caballo ni carrosa.

Entonces la doña agarro un ayote y un gallo tuerto que andaba por allí y los convirtió en una carrosa y en caballo bien bonitos.

Entonces Lucerito, ya bien arreglada se jue al baile. Pero antes la viejita le dijo que las doce en punto tenía irse del baile y que le hiciera caso porque si no le iba a salir la chula.

Llegó al baile y se sentó al lado de la madrastra y de la hija, que no la reconocieron, de bien arreglada estaba.

El muchacho la saco a bailar y la vio que era bonita y que tenía un lucerito en la frente y solo quería bailar con ella.

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¡Melba!

¿Qué?

Igualito que Rogelio Merlo con la Griselda ¿vaa? Sólo con ella quería bailar en el baile del 15 de septiembre en la escuela.

¡Ve! ¿no te digo? Ese Rogelio es feo, y ese muchacho era rey.

Si, pero sólo quería bailar con la Griselda y el muchacho con la muchacha.

¡Shiiiiiit!

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Entonces el muchacho le pregunto qué onde vivía, pero ella no le dijo se hizo la disimulada y no le dijo.

Cuando ya iban a ser la doce la cipota salió corriendo y se regresó a la casa y todo. Cuando llegaron la madrastra y la hija a casa ya Lucerito estaba durmiendo con sus chilinquitos. Y la despertaron para que les ayudara a desvestirse y le contaron que había una cipota bien bonita en el baile, que el rey sólo había bailado con ella.

 

- ¿No sería yo esa muchacha?  les contestó Lucerito.

 

-          JAJAJAJAJAJAJAJAJA, se tiraron la carcajada ¡Ya quisieras ser vos! Jajajajajaja, le contestaban burlándose de ella.

El muchacho, le dijo al papa que tenía que hacer otro baile, porque la muchacha que quería se había ido temprano y no sabía onde vivía. 

El rey organizó otro chojín. 

Al día siguiente, Lucerito jue de nuevo con otro vestido más bonito que la viejita le hizo con flores de lairén. Si el día antes estaba bonita, ahora iba más bonita todavía. Se había pintado los labios con achote y se había puesto polvos maja en los cachetes. El rey dio orden a sus guardias de que la vigiaran y que no la dejaran irse. El muchacho se abonó con ella y ya bailaban pegado bien chacobiadito. Pero, cuando dieron las doce, ella hizo como que dio un trompicón y les echó toda una hoya de sopa encima y se les escapó. En la huida se le perdió un zapato. Entonces el muchacho lo recogió y le dijo a su papa que tenía que encontrar a esa muchacha para casarse con ella. Y que para encontrarla había que medirles el zapato a todas las muchachas del valle y a la que le quedara esa iba a ser la buena. 

Las mujeres del valle estaban alborotadas, se cortaban los callos y los talones de los pies para que les entrara el zapato, pero a ninguna le iba bien. 

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-          ¡Oy mama! Y no les dolía cuando se cortaban. Yo cuando me rajé la marimba el otro día eché sangre y me dolía perro.

-          Pues yo creo que le había de doler, pero como se querían casar con el hijo del rey.

-          ¡Guechos! Yo, aunque me dieran un montón de pisto, no me corto nada. Eso duele.

 

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Cuando los soldados del rey y el muchacho llegaron a la casa del otro rey que nunca estaba y ya solo bólo pasaba porque la mujer ya no lo quería. Salió la doña con el ayotón de la hija a la que le midieron el zapato, y nada. Ella tenía las patas grandes, como patas de buey moledor. 

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¡jajajaajaja, como las del Pantera!

 

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Le preguntó el sargento entonces que si no tenía otra hija. Entonces la vieja le dijo que sí, pero que era bien fellita y que nunca salía porque no se bañaba y echaba tufito. 

- Con tufo o sin tufo, treigala aquí, le ordenó soldado. La madrastra llamó a Lucerito y Lucerito contestó:

- Esperense un ratito que me estoy poniendo el vestido.

Al rato la vieja volvió a llamarla.

- Ya voy que me estoy poniendo la vincha.

Al rato otra vez la llama.

- Tenga paciencia doña, que me estoy poniendo los zapatos.

La viejita ya le había dado un nuevo vestido mas bonito y una vincha bien piquetera. Y allá al rato salió Lucerito bien arreglad y con el lucero en la frente y con sólo un zapato igualito al que andaba el muchacho. Le midieron el zapato y le quedó al pegue.

La vieja se quedó sesereque y la hija bravisima se jue al cuarto. 

El muchacho le dijo que se quería casar con ella. Y le dijo que le tenía que pedir permiso a su papa. El otro rey aceptó y el muchacho se jue, para arreglar el casamiento.  

 La madrastra y la hija se quedaron bravas por la suerte de Lucerito y aprovecharon para esconderla en un bunque. Entonces, ya el rey les mando decir que mañana venían por la muchacha. Entonces, la mamá arreglo bien a la hija y le hizo un moño bien como pudo con el mangual, bien cabezona se miraba la muchacha, pero le pusieron un turbante, como los que se pone doña Juana Mondragón, y le taparon la cara con el velo del vestido de novia. 

Ya llegó el hombre a traer a la muchacha. La madrastra, a pesar que el muchacho vio como más gordita a la muchacha, le aseguró que era Lucerito pero que no le juera a quitar la chalina, aunque se muriera de ganas de verle la estrella. 

Se subieron al coche bien bonito… Se jueron 

Como el camino era malo y había un montón de baches, en una de esas uno de los caballos dio un trompicón tan fuerte que a la mujer se le deshizo el moño y aquella cosa se desenrolló y sale aquel semejante mangual. 

-          ¡Las tres divinas personas! ¡Sagrada pasión de Cristo! ¿Qué es esta cosa? Dise el muchacho asustado. ¿Cómo puede ser que una estrella se convierta en algo tan feo?

-          ¡Sargento, pare el coche! 

El muchacho le levanta el velo a la muchacha y se da cuenta que no es Lucerito. 

Bien bravo, el muchacho les dice a los soldados: 

-          ¡Agárreme a esta viejas tales por cuales y métamelas presas por mentirosas!

-          ¡Si señor! Dijeron los soldados y a garraron a la madrastra con la hija a la que le tilintiniaba aquel mangualón y se las llevaron presas. 

El muchacho allí nomacito agarro un caballo, porque era chalán, y se jue al ver onde estaba Lucerito. Cuando llegó a l palacio del otro rey la encontró en el bunque toda chorriada y sucia. Mando a buscar al rey, al papa de Lucerito y le contó lo que pasó. El viejito se puso bien contento porque aquellas mujeres eran malas y él no sabía qué hacer. 

Se jueron y se casaron.

La viejita jue al casamiento, pero de larguito, bien alegre. 

Colorín colorado, este cuento se ha acabado. 

-          Bueno mijitos ay que irse a dormir.

-          Mama ¿y la viejita porqué solo jue de larguito? Yo la hubiera invitado ella le dio la estrella a Lucerito.

-          Mire mijo, es que la doña le daba pena y tenía que irse.

-          Mama, esa señora es buena gente. Si viene aquí le da una tortilla. Así como le da a doña Emilia cuando viene con Chica y con Tino.

-          Y cuando vuelva mi papa le vua preguntar que es le mangual que usté no me quiere decir.

-          Que cipote este… Vaya con su hermana y alístense para dormir. Que no se les olvide rezar. 

Así termina el cuento de Lucerito (estrellita) de oro, la transatlántica. 

En la próxima, posiblemente les deje la Panchona, la Pancha y la Panchita.



[1] Doña Chavela era una viejita que pasaba unas temporadas en mi casa. Yo no sé de dónde venía. Sólo me acuerdo que era cusquita y que me esperaba con una taza en la mañana para que yo orinara en ella. Recogía mi meadita de la mañana y se la bebía. Vaya usted a saber para qué. 

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