En esos balbuceos de Militancia se diluyen los detalles de las anécdotas, de los episodios embarazosos de un cipote inquieto lo mismo que ciertas culpas que te acompañan hasta la vejez.
A mis 54 años con una cruz de nostalgia, me
viene a la mente algunos pasillos que marcaron mi vida.
La piedra mágica y la lámpara maravillosa
Muchos me han preguntado de donde viene mi
pasión por las culturas antiguas. Pues les diré que en mi casa había unos
cuantos libros de los que se utilizaban en la escuela en aquellos días, allá
por 1971. El hecho es que en mi casa se hospedaba el profesor de la escuelita y
él nos permitía utilizar los libros de lectura: Despertares, Alborada, Capullo
y Colita y las Vacaciones de Luis y Elena. A mí, que estaba chiquito de unos 5 años, me
gustaba hojear esos libros y ver figuras. Había en esos libros historias de los
conquistadores españoles (Sobre todo en Alborada y Despertares) y de los
indígenas. Una en particular que me encantaba era la de Zipacná. Un ser de la mitología Maya descrito por su enorme
fuerza y del que todos querían deshacerse. Primero quisieron Matarlo unos 400
jóvenes enterrándolo vivo. Él se hizo el muerto y les dio a las hormigas parte
de sus uñas y cabellos para que las transportaran fuera del agujero en el que
lo enterraron. Los 400 jóvenes pensando que finalmente Zipacná estaba muerto se
descuidaron, ese descuido les costó caro, puesto que el forzudo salió de bajo
tierra y los mató a todos y los mandó a los cielos. Sin embargo, los dioses
hermanos gemelos Hunanpú e Ixbalanqué tomaron venganza contra el forzudo y le
tendieron una trampa. Escondieron un enorme cangrejo falso, que era la comida
preferida de Zipacná, en una cueva de un barranco, lo atrajeron hacia allí y
una vez adentro lo soterraron. Así terminaba la historia.
Portada del libro de lectura Alborada |
Pero también había historias en ese libro
de indígenas que peleaban contra los españoles con flechas, cuchillos y macanas
de pedernal. Había una que se llamaba Indómito y otra que contaba la
historia de Caupolicán. Mi mamá me leía esas historias, pero perdía paciencia
porque me agarraba preguntadera y ella no sabía contestarme. Luego la reemplazo mi hermana Yelba, a la que le gustaba jugar a la escuela.
Página de Capullo y Colita |
Esta Yelba trajo una vez un libro del
Pueblo, porque ella iba a la escuela del pueblo. Trajo un libro en donde había
historias clásicas como Aladino y la Lámpara Maravillosa, El Geniecillo del
Bosque y una que otra historia suelta de Don Quijote.
Como yo no sabía leer, cuando mis hermanas mayores se iban para el pueblo y que me quedaba solo con mi otra hermana que también se iba también a la escuelita de la montaña y mi papá y mi mamá estaban ocupados en sus labores de todos los días, entonces yo me formaba mi propio universo durante el día. Yo hacía corrales y potreros para mis vacas hechas de jícaras tiernas que se caían del palo de jícaras de mi mama y cuando no se caían, pues las hacia caer arriesgándome a que me pijiaran.
Con eso de los libros, me iba a la
quebradita y buscaba cangrejos debajo de las piedras que atrapaba con un
palito, bueno ellos atrapaban el palo con sus pinzas y yo los transportaba
hacía un agujero el cangrejo entraba en el agujero y se quedaba en el fondo
luego salía Zipacná: un olote que caminaba ayudado por mi mano hasta la entrada
del agujero buscando comida. Entraba allí, y cuando estaba adentro ¡pulungún!
La montaña le caía encima (en otras palabras, la tierrita o el lodo del
agujero. El cangrejo siempre salía vivo porque empujaba la tierra y el olote, salía con
sus pinzas abiertas yo lo dejaba ir.
En uno de esos percances, me encontré un
tesoro. Haciendo el agujero cerca del canal de lavar café de mi padre, me
encontré una piedra. Era hermosa, tenía colores rojo, azul, amarillo y parecía
de como de vidrio (con el tiempo me di cuenta que era un tipo de jaspe). La
llamé mi piedra mágica, esta vez ya el canecho no sufrió. Me fui al basural y
encontré un viejo quinqué y decidí que esa era la lámpara mágica de Aladino. Es
así que cuando le pedía al genio que me apareciera riquezas, el genio siempre
me aparecía mi piedra preciosa. Y es así como comenzó pasión por las piedras
poco comunes y la historia.
Tengo entonces que agradecerle al Padre
Recinos recopilador del Popol-Vuh y a Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar
compilador de Las Mil y Una Noches, por haberme ayudado a escoger mis
profesiones.
El oro que vuela.
Pues en esos mismos tiempos y en ese mismo
periodo de ingenuidad infantil, descubrí que el oro no vuela. Mi mamá siempre
nos hablaba de su padre. Ella decía que su padre era güirise (buscador de oro)
y que había trabajado como prospector para los minerales de Santa Rosita y
Potosí en Nicaragua. Hablaba del oro. Ella decía que el oro era amarillo y brillante.
De hecho, ella tenía una cadena y un crucifijo de oro hecho con oro del que
había sacado mi abuelo Juan. Brillaba el crucifijo cuando le daba el sol.
Además, mi mama decía que el oro era caro y que se podía hacer mucho pisto
cuando se encontraba bastante. El clavo es que nunca me dijo o nunca puse
atención sobre el método para encontrar oro.
Un día jugando afuera con la vara que me
servía de caballo y corriendo en patio de la casa, alcé mi cabeza hacia el
cielo y vi un reflejo.
¡Puta! Dije yo ¡Oro!
Y tiré la vara al suelo. Regresé donde había
visto el reflejo y en realidad algo brillaba en el aire. Era hermoso, parecían
hilos dorados que ondulaban con el viento.
Me quedé parado con la geta abierta,
apendejado…
Preguntándome: ¿será eso el oro?
Reflexionando: Pero mi mamá nunca me dijo
que el oro volaba. Me dijo que era amarillo, que brillaba y que valía pisto.
¡Jum! Me dije yo, la mejor manera de saber
es bajándolo. Y si lo bajo mi mamá va estar contenta.
Me fui hasta el corredor de la cocina en
donde Pantaleón había dejado un ñango de ocote que no pudo rajar porque era
nudoso. Agarré el ñango y empecé a tirarlo hacia arriba, sin poder darle al oro.
Como dice el dicho: el que escupe para arriba
se arriesga a que le caiga la escupida en la cara.
Pues en el joder de tirar el palo para arriba,
en una de esas el palo me cayó en la cabeza y me la rajó. Cuando recibí el
cachimbazo, pequé el bramido y comencé a llorar. Mi mama y la Gricelda salieron
de la cocina y me vieron todo lleno de sangre y medio tonto del chibolazo.
¿y que le pasó a este cipote? Decía mi
mama, que no entendía cómo me había rajado la marimba. Me lleva a la cocina, me
lava la herida, me pela el coco, me pone mercurocromo y y me venda.
Me da una tacita de café y me dice:
¿a ver, como te rajaste la cabeza?
Yo con miedo de que no me fueran a castigar
por travieso, le conté a mi mama lo del oro. Yo lo quería bajar para dárselo,
porque ayer oí a mi papa decir que no tenía pisto.
Mi mama me agarra de la mano y me lleva
afuera y me dice:
-
Vamos a ver dónde está ese oro.
Nos fuimos y le mostré. Allí estaba aún el oro
meciéndose en el viento.
Mi mama se sonrió. Se echó un suspiro y me
dijo:
Mirá mijo ¡El oro no vuela! El oro está
escondido en la tierra y solo las personas expertas como tu abuelo Juan pueden saber
dónde se encuentra. Para sacarlo hay que
hacer unos agujeros gigantes en las montañas y de allí se saca el oro, de las
piedras.
Pero usted me dijo que era amarillo y que
brillaba y que no se encontraba en cualquier parte. Yo pensé que eso era oro.
¡No mijo! Eso que ves allí son telas de
araña que reflejan la luz del sol y por eso brillan. Ella tomó mi caballo de
palo y bajo los hilos de la tela de araña que ya no brillaba, sino que era blanquizca.
Allí anduve con la cabeza rajada como una
semana, pero aprendí que el oro no vuela.
Suerte que solo los pájaros vuelan
La vida en la montaña era hermosa. Después
de la navidad y la cosecha de café mi papa se preparaba para la molienda de
caña. Ese año fue Alexander Moncada el hijo de don Lucas Moncada el que sirvió de
puntero (Persona que le da el punto a la miel de caña para hacer las panelas).
Aun mi papá no había comprado el trapiche de motor y lo que teníamos era un
trapiche de bueyes marca Búfalo.
Tomada de : https://twitter.com/RucksDelBo/status/1230574266028036097/photo/1 |
Un trapiche vertical compuesto por tres
masas de hierro, dos hijuelos y un varón. Esas masas eran movidas por
engranajes. Un gran engranaje, el del varón, que movía los dos engranajes más
pequeños, los de los hijuelos. Toda la máquina era movida por un mástil colocado
a la horizontal sobre el varón. A este mástil le decía la voladora.
Esta voladora tenía un tronco de madera a
la vertical que haciendo un modo de escuadra en el que se ataba al yugo de los
bueyes. Los bueyes hacían círculos al derredor del trapiche haciendo girar la máquina
para machacar la caña.
El jugo de la caña era se recogía en
un tonel (un dron de 50 galones de esos de la Texaco) y luego se pasaba a los
fondos en donde se hacía hervir. Los primeros hervores hacían subir toda la
suciedad del “caldo” el cual se extraía con un colador hecho de una jícara perforada.
Esa borra se le llamaba cachaza y que en general se botaba o se le daba a beber
a los bueyes.
A los 6 años mi trabajo era el de arrear
los bueyes. Con una pulla les tocaba las nalgas para que caminaran a al
derredor del trapiche. Así pasan hora y horas caminando en círculos detrás de
los bueyes que eran mancitos y se llamaban el Zanate (un buey Negro hijo de la
cabeza Negra) y el Pantera (un buey barcino hijo de la Muñeca) respectivamente.
Un día, mi mama le dice a mi papa.
- Mira José si vas al pueblo
mañana, cómprale una mudada a ese chigüín, que ya no tiene ropa. Y comprale unas
botas de hule que se le están arruinando los de ir a la escuela.
- Ta bueno pues, dijo mi papa, al
tiempo que me llama.
- Darillo, mijo, Venga pa’ acá.
Ya fui… ¡Mande papa!
- Mirá, mañana voy p’al pueblo. Vos
y tu hermano se levantan de mañanita y comienzan a moler caña, si cuando regrese
del pueblo tenés el barril a la mitad de caldo te voy a dar una sorpresa.
- Ta bueno papa.
Ya me fui a meter entre las piernas de mi hermano, José Alberto, que estaba sentado en el bordillo del patio de cemento y le dije, mientras me alborotaba el pelo, lo que me había dicho mi papa. Joche me dice:
- Pues a levantarse temprano se ha dicho.
Al día siguiente me levanté con mi hermano
y uncir los bueyes, a instalarlos en la voladora y echar penca.
Antes de ponerlos en el trapiche, mi
hermano les dio a los bueyes una buena ración zacate fresco y un balde de cachaza.
Los animales cogieron eso como el más divino manjar y como animales, no
midieron las consecuencias.
Empezamos la labor. Vuelta y vuelta, vuelta
y vuelta. Puya que puya, puya que puya.
Alexander ya había prendido el horno para
calentar los fondos. Los cortadores de caña ya venían llegando. Y ya se oía a
las mujeres palmear las tortillas en la casa.
Felícito, ya había ido a buscar las vacas y
los terneros para el ordeño. Zacarías ya había ensillado las mulas para
transportar la caña. Mi papa, ensilló al macho Tango y se fue para el Pueblo.
Yo seguía arreando los bueyes, pero de
tanto dar vueltas, me dormí. Los animales se pararon y yo me quedé parado detrás
del Zanate, mi hermano, el pícaro, no hace nada y los deja allí parados y a mí
dormido detrás del buey.
El buey, después de tanto andar, la digestión
como que se la había agilizado y le dieron ganas de evacuar un pedo y con el pedo se deja
ir un chisquete de diarrea de cachaza (igualito que aquel político pedorro de Honduras
que se fue al baño en pleno foro por Zoom con Renato Álvarez) que cae sobre el cipote dormido dándole
literalmente una ducha de mierda.
Ese fue pedo el mío al sentir lo caliente
de la mierda y el olor. Me desperté limpiandome la cara con la mano y tenía un público enorme, todos los trabajadores
del batey riendo a carcajadas.
A la chingada la puya. Salí corriendo
llorando y bravo para la casa. Allí me ve mi mamá, lleno de caca de buey y yo le cuento el
rollo. Mi mamá me lava, me cambia y me manda de regreso al trapiche y me dice
que llame a José Alberto.
Tremenda puteada la que le dieron a mi
hermano.
Seguimos moliendo caña y allá como a la
10:00 de la mañana llegó de regreso mi papa.
Lo primero que hizo fue ir a verificar el barril y vio que estaba arriba de la mitad de Caldo.
-
¡Jodido! Dijo. Te ganaste la
sorpresa.
-
Ándate para la casa y decile a
tu mama que te la de.
Mi mama ya le había contado el episodio del
buey y como era de esperarse mi hermano recibió otra puteada.
La sorpresa:
Un par de botas de hule. Un pantalón de poliéster
negro y una camisa de dracon (dacrón) roja con broches de presión rojos.
Con eso, hasta la cagada del buey se me
olvidó.
Por eso digo que, suerte que solo los pájaros vuelan.