Hoy, hace un año ya que murió mi mama. Si porque para nosotros esa palabra nunca respetó las reglas de la acentuación. Ella no era mamá como la mayoría de los hondureños llaman a su madre. Ella era mi mama.
Hoy mis pensamientos se volcaron hasta esos días de campiña en que el contacto con ella era como el contacto con la tierra fresca. A esos días en que la teníamos para nosotros; cuidándonos, queriéndonos, regañándonos. Porque si algo sabía hacer mi mama era eso, regañar. Cuantas veces no me mandó de rodillas porque había hecho alguna mala jugada o porque le había hablado fuerte a mis hermanas mayores. Cuantas también se levantó a media noche a sanar mis dolores, mis ataques de fiebre o de tos.
Esa era mi madre. Una mujer forjada por la dureza de la vida. Huérfana de padre cuando aun era una niña lloró, ella también, a su padre hasta el cansancio. Mi mama fue también la mama de los primos más cercanos. Muchos venían a parar donde ella en sus momentos difíciles. Mi mama esa señora que tras su caparazón de frialdad, escondía una enorme ternura que cuando la daba la daba de completo.
Mi mama, hondureña de descendencia, nicaragüense de adopción, hondureña readoptada, raptada por el amor o la conveniencia, que se yo, nunca nos lo dijo, pero fiel a su manera de ser, a su manera de ver las cosas.
Mi mama, mujer de pelo en pecho, como decimos por allá. Valiente, temeraria…
A los patudos de mis sobrinos les recordaré hoy quien era su abuela, y los amigos les presento a mi madre en dos anécdotas.
Doña Modesta.
Quien no conoce la reputación legendaria de don José Izaguirre. Este hombre, quien es mi padre, tiene dos reputaciones que le siguen aun ahora que ya esta en el ocaso de sus años. Mi padre siempre fue honrado y mujeriego. Justo antes de que se casara con mi madre tenia el por allí un metedero, como decía él mismo. No un metedero en el sentido en que se lo están imaginando pero en el otro. Un lugar donde meterse a pasar el agua cuando llovía fuerte.
Ese metedero era allí en las Dificultades donde tenía la propiedad mi abuelo. Por allí vivía una señora alta que, me imagino, no era tan fea. Pues mi papa le echo el caballo. Si, doña modesta se convirtió en la amante de mi papa.
La tratamos aquí con respeto pero cariñosamente la llamábamos La Mosestona. Era el apodo que mi mama le había dado.
Cuando mi papa se casó con mi mama, la llevó a vivir en la casona de la Arabia, la finca de café de mi abuelo. Allí mi mama pasaba los días haciéndole como cocinera de los más de 40 trabajadores que tenía Don Lorenzo.
Don José, mi papa, se la pasaba en los campos supervisando los trabajos y cuando llovía fuerte pues allí iba a su metedero, digo, a visitar a doña Modestona.
La susodicha Modesta ya se miraba como la señora Izaguirre. Así que cuando supo de la existencia de mi mama decidió pasar todos los días por la cuesta, cerca de la casona, montada en una mula. Se paraba en la loma donde había una puerta de golpe y comenzaba a gritarle sandeces a mi mama. Mi mama, ya cansada de tanto fregar, un día le dijo ami papa que le dejara una pistola porque le daba miedo quedarse sola en la casa sin protección. Mi papa le dejó entonces una pistola 22.
Al día siguiente, mi mama se fue a esconder cerca de lugar donde doña Modesta se paraba para insultarla.
Doña Modesta, puntual, llega al punto y comienza a insultar. Mi mama la dejó insultar todo lo que quiso. Cuando doña Modesta estaba por irse mi mama salió, tomó la mula por el fiador del freno y con la pistola en la mano le dijo.
Mire señora yo no la conozco y usted no me conoce. Lo que si se es que usted se acuesta con mi marido, así que la puta aquí no soy yo. Que sea la ultima vez que usted me insulta! No vuelva ni a pasar por aquí porque la próxima vez la quemo!
Doña Modesta estaba blanca como la mula que montaba y no dijo una palabra. Mi mama soltó la rienda de la mula y la dejo ir. Cuando la doña picó la mula y que le dio la espalda mi mama, ella disparo la pistola al aire lo que espanto más a la mula y casi vota a doña Modesta.
Mi mama bajo a la casa con una sonrisa de oreja a oreja.
En la tarde, cuando mi papa llegó, le diceé: "aja Virginia, parece que le asustaste los pelos a la Modesta"
Mi mama le contestó: "Yo no se si la asusté, pero como no paraba de insultarme y vos no le decías nada, pues decidí de buscar la solución sola. Y si no dejas de irla a ver tu matrimonio te durara poco."
Así terminó el idilio de doña Modestona con don José.
El Zompopo cirujano.
Médicos siempre harán falta en estos países dejados de la mano de Dios. Pero la rebusca y la imaginación para sanar nuestros males nos sobran. Doña Chavela, una viejita que vivía con nosotros en el campo, en la montaña, me decía cada mañana cuando me levantaba. Venga mijito, ya iba yo con la purrunquita bien paradita de las ganas de orinar de la mañana. Doña Chavela tomaba una taza y me decía: ¡Orine aquí papa!
Yo le echaba todos mis orines en la taza y luego la Doña se los bebía. Decía que eran buenos para prevenir la gripe y las enfermedades. Pero igual se murió la doña.
Pues en ese universo crecimos, viendo las cosas más insólitas posibles.Una de esas cosas tiene que ver con mi mama.
Bueno, mi papa después de la cosecha de café se iba al valle de Jamastrán a sembrar frijoles y maíz en las tierras de José María Tercero. Mientras que mi mama se encargaba de cultivar los frijolares en las tierras de mi papa. Cuando mi papa se iba para cosechar en Jamastrán, los frijoles en las vainas quedaban casi de punto para arrancarlos. Así que mi mama y uno o dos trabajadores se encargaban de eso y de secarlos.
Para mis amigos de América del sur que talvez no saben como se hace la extracción de los granos de frijol de manera artesanal se los explicaré en pocas líneas.
La planta de frijol se arranca con todo y hojas, se hacen manojos que se amarran con las guías de ellos mismos y se ponen al sol a secar. Una vez secos y crujientes, se hace un bulto con ellos y con dos garrotillos o con una vara grande se golpea el bulto hasta que no queda ni un solo grano en las vainas.
Pues ese era el trabajo de mi mama. Secar los frijoles, cubrirlos para que no se mojaran cuando llovía y una vez listos, aporrearlos.
Ese año la cosecha fue buena mi papa hubo que llevarse todos los trabajadores y mi mama con sus hijas y otros niños de la vecindad arrancaron los frijoles de la tierra de mi papa. Luego los seco, y cuando estuvieron listos la doña decidió aporrearlos. Pasó varios días en este ajetreo estaba molida de cansancio al punto que bajo la axila comenzó a formársele una especie de tumor. Una protuberancia rojiza llena de pus y dolorosa. Estaba sola, y sin medios para consultar un medico o trasladarse al pueblo en busca de ayuda. Mi papa habiéndose llevado todas las mulas.
Estaba desesperada. Ella lo que hacia era hacerse baños de agua con sal para desinflamar la carne dañada por el esfuerzo. Comenzaba a tener fiebre y solo estaba con sus dos hijas más pequeñas del momento.
En un acto desesperado, se puso a pensar como hacia para destriparse el absceso. Le dio vueltas al asunto y pensó en afilar un cuchillo y sajarse eso ella misma. Probó todos los cuchillos de cocina pero ninguno de ellos tenia el filo suficientemente bueno para hacerse la operación. Entonces pensó en los medios que le brindaba la naturaleza. Una espina de naranjo se dijo. ¡No! Es ponzoñosa y se me va infectar más esto. ¡Una aguja! ¡No! Tampoco, el agujero seria muy pequeño y no podría sacar la pus.
Entonces pensó en los zompopos Soldados.
En una zompopera cuando se le dan golpes fuertes, los primero que salen son los soldados, unos enormes zompopos cabezones con unas quijadas enromes. Estos atacan al invasor y si te llegan a morder te arrancan el pedazo, te hieren pero sin ponzoña.
Entonces mi mama fue a la zompopera y la aporreó hasta que los animales estos salieron de su guarida. Esperó a que salieran los más grandes que siempre salen por último y atrapó dos con un pañuelo. Se fue a la casa y allí tomó una botella de alcohol y se desinfecto la chibola que ya estaba roja purulenta y del tamaño de un limón grande. Tomó un espejo y se colocó de manera a poder ver bien el tumor. Luego tomó uno de los zompopos que estaban furiosos de haber estado atrapados, lo tomó por el abdomen y le desinfecto las quijadas con un algodón y alcohol. Se puso en posición y puso el zompopo en lo parecía era la boca del absceso. El zompopo furioso no dudó y comenzó a morder enterrando las quijadas en la piel de mi mama. Lo hizo tan bien que le abrió una pequeña incisión y la pus comenzó a salir. El animal a pesar de eso seguía mordiendo y yendo más profundamente hasta traspasar la epidermis.
Mi madre soltó al animal que murió de cólera y comenzó a apretar y a apretar hasta que lo que salio por la boba del tumor fue sangre limpia. Se lavó la herida con alcohol, molió algunas pastillas de sulfa, se colocó eso en la cicatriz se vendó la herida y ¡san se acabo!
Varios días después la herida sanó y mi mama continuaba agradeciendo al zompopo.
Esa era mi madre, así la recuerdo.
Luego les cuento otra,
¡Que en paz descanse mi mama!