sábado, 31 de enero de 2009

¿Quién es tu hermano? Tu vecino más cercano. (Virginia Martínez­­... mi mama)

Bueno, ahora que ya sabe como llegar a la finca de mi papa, le voy a tener que presentar los miembros de la comunidad, comenzando por los vecinos. Eso le va permitir entender y conocer mejor las personas de quien le hablo y hablaré en mis textos a venir.

Las personas que le presento en este texto son aquellas que habitaban El Palo Verde durante mi infancia. Muchos están aun vivos como el recuerdo que tengo de ellos; otros pasaron ya al pays de ocotes caydos o al otro potrero, como decía Rubén Aguilar. Sin embargo, a todos los recuerdo con respeto porque de una u otra manera, más de alguna lección me dejaron.

Bueno, como ve, la vieja casa de la montaña se encuentra sobre la fila de una estribación de colina. Cuando mi papa decidió construir la casa, tenía tres elecciones. La primera era construirla en lo alto de la montañuela; eso le permitiría de ver para todos lados y supervisar la llegada de los visitantes. El lugar de donde hablo es una pequeña meseta que se encuentra cerca de una fuente de agua potable. Un lugar muy húmedo donde abundaban los platanillos, los lairenes y los palos de moco. El problema que presentaba este lugar era que, si mi papa hubiese construido la casa allí, mi mama hubiese tenido que acarrear el agua en tinas de lata o en tinajas de barro.

La segunda meseta, un poco más abajo de la primera y un poco más estrecha, no permitía la construcción de una casa suficientemente grande sin invertir una buena cantidad de energía y tiempo.
La tercera meseta era más grande que la segunda y fue allí donde mi papa decidió construir la primera casa. Le aclaro, que la casa que ve usted ahora es la segunda.

La gente decía que mi papa estaba loco.

- No don Joche, decía don Marcelino Corleto, es pendejada la suya de hacer esa casa allí abajo. Pobre la doña, se va a quebrar el cacaste jalando agua y se va a morir de amusepo sin ver nada.
- No se preocupe don Chelino, mi mujer no va a jalar agua. Mi papá me dio un par de botas y un macho. Va ver que dentro de poco, ni botas voy a ocupar y ay le voy a poner un larga vista para que mire de largo.
- Pero mire don Joche, en ese hoyo donde se va a meter, no va poder ver nada, sólo los Chilamates, los Trotones y Cojones de burro de los guamiles de los Aguilar.
- Mire amigo, lo voy a tener que dejar porque las mulas, con los calaches, se me adelantaron. Nos vemos don Chelino, ay paso de regreso.

Pero mi papa les reservaba una sorpresa a todos.

Sin ser ingeniero, él conocía los principios básicos de la gravedad universal. Él sabía que la fuente que daba origen à la quebradita al lado de la tercera meseta se encontraba a unos 300 metros más arriba. Él sabía además que con un poco de ingenio, podía hacer llegar el agua hasta la puerta de la casa. Así fue como mi mama nunca se puso una tinaja en la cabeza.

Bueno, como le decía, de aquí donde estamos, más abajo se encuentran otras casas. La más cercana pertenecía a los hermanos Aguilar (Moncho, Santos y Rubén). Estos señores eran los pioneros de la aldea. La mayor parte de las tierras de la aldea les pertenecieron. Rubén contaba que el y su hermano Santos habían descombrado infinidad de manzanas de tierra para cultivar maíz y frijoles. Rubén contaba también que había sido soldado el las guerras civiles de Honduras, al lado del coronel Sanabria y otros cachurecos.

Con los Aguilar vivían sus hermanas Bersabé, Mercedes y Guillermina. En esa casa vivían también los hijos de las señoras (Tituy, Tino, Toño, Beto, Medardo y las muchachas, Elena y la otra que no reacuerdo de su nombre).

Otra casa fue construida en 1970, más abajo de la de los Aguilar. Era la casa de un señor que venía del norte de Honduras, Vicente Hernández se llamaba y su esposa, doña Alejandra. Ellos vivían solos y de vez en cuando, Marlene y Víctor, los hijos de don Chente, venían a visitarlos o a vivir con ellos. Este don Chente era liberal y decía haber participado cuando era joven en una de las últimas revueltas de don Chema Reyna en el norte.

Cerca de la casa de don Chente estaba la casa de Monchito Castro. Ese señor vivió allí durante un tiempo con una marimba de chigüines y su mujer. El cultivaba café y criaba caballitos.

Otro señor, que le vendió su tierrita a mi papa, en 1969, fue don Marcelino Sánchez, quien vivía no lejos de la casa de Monchito. Don Chelino decidió irse para el pueblo con su familia y trabajar como salarero, y por eso vendió la tierra.

Si seguimos la fila del cerro, encontraremos los restos de una casa que construyeron Rubén y Santos a principios de los años 1970. En esa casa vivieron los dos hermanos por un tiempo y luego le dieron posada a la familia de Sofía Moncada. Esta señora era la mujer de don Juan Osorio. Una vez el don muerto, Sofía no pudo guardar las propiedades que su hombre le dejara. Así, ella se vio obligada trabajar en las fincas como cortera de café y como chapiadora. Sofía tenía un chorro de hijos. La mayor se llamaba Alicia, luego seguían Luis Manuel, Ficha, Juan y Toñito el cual es de mi misma edad.
A esta familia se le unió la de la hermana de Sofía, Luisa. Esta última tenía dos hijos: Reina y el lunarejo.
Esas familias eran las encargadas del jolgorio en la aldea. Con esfuerzos se habían comprado un tocadiscos y todos los domingos hacían un baile. Vendían guaro, chicha con calzón, hacían chanfaina y prestaban servicios de limpieza de cañerías masculinas.
Cuando el conjunto de cuerdas no estaba disponible, Sofía y su trocaviscos, como decía Toñito, estaban listos para el verguello. Su colección de música se limitaba a unos cuantos vinilos de Las Hermanitas Núñez, Lucha Villa, Antonio Aguilar y Paladino.
De ves en cuando se armaban unos berenjenales del diablo. Alli salio herido una vez Marcelino Sevilla, otra vez Lucio Sevilla. Eso duró hasta que los alcaldes auxiliares decidieron decomisar los machetes a la entrada de la fiesta.

Bueno, ya lo estoy perdiendo, echémole piedra y calicanto, como decía Anita Vallejo

Un poco más lejos, hacia el sur de la casona, vivía Santos Oliva con su esposa Valentina y Chilo, su hijo. Justo al lado de esa casa, vivían Pedro Oliva y Enriqueta. Esa doña tenía una marimba de cipotes : Toño Flores y Leocadio, hijos de don Pedro. A la muerte de don Pedro, ella se amachinó con Cosme Mendoza y aumento su colección de hijos : Lupe (un varón) era el tercer hijo de Enriqueta y a este le siguieron por lo menos 4 más.

Esos eran lo vecinos más cercanos. A ellos habría que aumentar los vecinos que usted ya conoce: don Moisés y don Pedro Sosa, los Corleto,los Midence (Cresencio, don Toño, Gilberto, don Tomás).

Habría que mencionar los vecinos que vivían el la aldea como tal. Allí estaban Santos Hernández, Ramona su esposa y sus hijos Rosa, Cundo, Toño y María. Este señor es un indígena que venía de Liure, en el sur de Honduras.
Cerca de la casa de de Santos, está la casa de Domingo Duarte, de su mujer Chila Segura y de sus hijos Chente, Juanita, Virginia, Alicia, Cundo y los otros de los cuales no me acuerdo los nombres.
Frente a la casa de Mingo vivía Nacho López con su señora Chon Merlo y su hijos Santuy, Marta, Gladis, Iris, David, Adrián y otros que se murieron de fiebre de lombrices. Esa casa y el pedazo de tierra que la acompañaba fueron legados o vendida a Zacarías Gutiérrez y a Marta, la hija de Nacho y de Chon.
Cuando Nacho cedió la casa a su hija, el construyo otra muy cerca de la escuela donde pasé mi primer grado.

Este Zacarías es un indígena de ascendencia Chortí que venía del departamento de Copán en el occidente de honduras. Este tuvo varios hijos, dos varones que murieron siendo niños y dos niñas, Georgina y Julia.
Este Zacarías fue uno de los hombres que ayudó durante muchos años a mi papa. Era un hombre bravo, tiricioso pero honrado, trabajador y recto como la varilla negra. Dejo de trabajar con mi padre por la culpa de un chisme que Chebo Picoepato le llevó a mi papa. Corría el año 1989 cuando el Chebo le preguntó a Zacarías que desde hacia cuanto tiempo trabajaba con mi papa. Zacarías le contesto que desde hacia casi 30 años. Sin embargo, sincero y mal bosaleado como era, Zacarías, le dijo que todo lo que él había hecho por mi papa no se lo pagaban ni con echarle un polvo a mi hermana Flora. El Chebo fue con el pito y la caja a decirle a la Flora, la Flora le dijo a mi papa, mi papa regañó a Carias, Carias se encachimbó y tal parece que el único que recuerda con tristeza la partida de Carias soy yo. Por lo tanto, mi papa siempre dijo: “palabras no descalabran, jodido

Bueno, hay vamos más para abajo…

De la escuela, nomás al bajar la cuesta vivían doña Caya y su marido Colacho Hernández. Ellos tenían varios hijos adultos, entre ellos, Arnulfo, Trinidad, Goya y Valentina.
Doña Caya era como mi abuela, ella ayudó a mi mama cuando me dio al luz y después me chingolió durante mi infancia. Cuando murió, le dediqué unas cuantas lágrimas.
Esta señora tenía unas manos de oro para hacer comales y ollas barro. Los frijoles siempre eran más sabrosos cocidos en una de sus ollas.

A la derecha y en frente de donde doña Caya, vivía Claudina Merlo y su marido Daniel Solórzano. A ellos no los conocí muy bien y no me acuerdo si tenían hijos. Daniel era un cachureco de sepa y poco colaborador en los proyectos comunales. De la casa de esos últimos se tomaba un camino hacia el interior de tierras donde vivía Tina, la hija de doña Caya, con Raymundo Midence (Panza de barro) otro viejo resabido y poco sociable, a diferencia de su mujer que guardó el carácter de doña Caya. De ellos conocí tres descendientes Tito, Chana y el menor del cual olvidé el nombre.

Desde donde Tina se podía llegar fácilmente donde Martina Maldonado. Esta Martina estaba en nupcias con Don Cundo segura, y tenían una buena colección de muchachos y muchachas. Había entre ellos: Mundo (Puto), Joche Lucas, Licha, Juan (Cuchilla), Felícito, Maclovia, Lencha, Chila y Petrona que se había ido con Mónico, su marido, para Olancho.

Abajito de donde Martina vivía doña Luisa Mendoza. Esa señora no le conocí marido. Cuando la conocí, estaba ya vieja y sus hijos todos bien avanzados de edad. Todos sus hijos, sobretodo Pantaleón el tartamudo, trabaron para mi papa. Allí pues estaba: Albertón el marido de Anita Merlo, Pantaleón, Brígido, Juan Pablo, Teodoro y Cosme, el segundo marido de Enriqueta, la de don Pedro Oliva.
Doña Luisa fue la primera en haberme dado un machete, un tunco viejo que había pertenecido a uno de sus hijos. Esta señora también conservaba algunas plantas medicinales, de las cuales mi mama se servía para hacer sus pociones y sus tónicos. Allí pues, ella cultivaba la chihimora, tenía un palo de quina, había ruda, boldo, floricunda, mostaza, frijolillo, ciguapate, apasote, caña agria y hasta flores para las coronas de los muertos (velo de novia, claveles de muerto, moños, banderas, dalias, marpacifico y otras). Esa señora tenía también palos de cumba, y de los frutos hacia unos guacales blanquitos. También cultivaba una fruta que la gente llamaba melocotón y que servía para hacer chicha. En su tierrita había también un gran palo de zapote y otro de zuncuyas, de los cuales Papapantaleon nos llevaba frutas de vez en cuando.

Del palo de zapote partía un caminito a través de un cafetal que llevaba a la casa de Tranquilino Vallecillo. Personalmente, yo no lo apreciaba mucho. Él era gruñón y pleitista. Le macheteaba los alambrados a mi papa y no respetaba gran cosa. Se quejaba que las vacas de mi papa le comían el cafetal, pero nunca regañó a sus hijos porque dejaban las puertas abiertas en los potreros de mi papa. En 1973 se fue de allí, y creo que nadie lo extrañó en la aldea.

Bueno, vamos a regresar donde doña Caya.

Si se para en la lomita de onde la doña y mira hacia la izquierda, allí verá la gran casa de don Elías Merlo y doña Emilia Rugamas. Esos señores tenían varios hijos adultos. Entre ellos le puedo nombrar a Santuy, Chon, Chila, Tiba, Anita, Luis, Saturnino, Rogelio, Claudina y Lidia. De todos ellos sólo Saturnino y Rogelio nunca se casaron.

De la misma loma, mire para adelante hacia el sur oeste y verá la casa de Anita Merlo y de Alberton. Esa casa era la pulpería de la aldea. Anita mantenía toda su mercancía en una valija de madera. Esa valija era como una caja de Pandora. Allí habían píldoras Davis, Mentolina, Divinas, Laxol, Aralenes, Commel, pastillas de Alloy Van (O al hoyo van Como decían los campesinos), jarabe Gargantol, Rabano yodado, Regulador vegetal, confites Venus y Venadito, pan dulce y otros perendengues. Ella vendía también azúcar, churros Fiesta, frescos, cigarros y otros. Ellos tenían varios hijos; había entre ellos Reina, Lupe, Toño y Juan.

Al bajar la cuesta de donde Anita hacia la carretera, está la casa de Luis Merlo y Elena Aguilar. Allí vivían ellos con su único hijo René, que tenia 6 dedos en cada pie. Y justo en frente, estaba la casa de Mariano Merlo y de su hijo Toño. De ese lugar lo único que tengo como recuerdo son las mandarinas.

Más abajito vivían las Chepas, unas Señoras que venían de Oropolí y que vivían en la aldea. Ellas vendían guaro y prestaban servicios bien apreciados en toda sociedad con población masculina. Al final del camino vivían Siríaco Sevilla y todos sus hijos. Siríaco era el hijo de don Mundo Sevilla, un Señor que cultivaba la caña de azucar y buscaba oro en la quebrada. Entre la casa de don Mundo y la de Siríaco, estaba la casa de don Goyo González.

El camino dobla a la derecha de la casa de Siríaco y sigue por una cuesta sinuosa hasta la casa de la hacienda El Chorro, propiedad de mi abuelo. Allí vivía Ángel Barahona con Chila Merlo y sus hijos, Marta, Chico, Arturo, Armidio, y otra de la cual olvidé el nombre.
Este Ángel era el músico y el deportivo de la aldea, él fabricaba guitarras, violines, contrabajos y mandolinas. Con sus hijos formaban un conjunto de cuerdas “los Populares de El Palo Verde”. Eran perros para ejecutar todo tipo de arranca polvo, de sobaqueado y de arrancapezuñas, sin olvidar las rancheras y las canciones para bailar pegado. Su repertorio era más variado que el del tocadiscos de Sofía.

Bueno, ya le presente casi a todo el mundo. En los otros textos, seguro que aparecerán nuevos nombres, pero eso es normal. El tiempo pasa y las caras y los protagonistas de las historias cambian.

Hay lo dejo, como dijo Dios, que viva el más vivo del más pendejo.

Más luego le contaré otra.

domingo, 4 de enero de 2009

La ruta de Las Dificultades

Cuando el indio caga y la chancha chilla, es que es de día.

Levántese compa.


Ya es tiempo de irnos.

Desde luego, no sin antes comernos una tortilla caliente, bien empollada, con mantequilla, frijoles y una buena taza de café.

Que jodida la que nos llevamos con la muerte de Pedro. Pero bueno, que le vamos a hacer.

Hoy lo voy a sacar del pueblo por las rondas, de la casa de mi papa hasta la pulpería de doña Isaura.

¿Qué le parecen las tortillas de Hilda?

¿Son buenas, verdad?

Esa negra tiene manos de oro para el asunto de la palmeada y el lavado de ropa.

Bueno, ¿ta listo?

¡Fíjese bien!

Mi casa se encuentra en la décima calle, séptima avenida.

Pero es más fácil encontrarla si se baja en el Recreo, camina dos cuadras al oeste y atraviesa una de las obras arquitecturales más impresionantes de El Paraíso. Me refiero al puente seco, ese mismo que hizo perder valor a varias casas. Al nomás cruzar el muro, usted ve mi casa. Ella se encuentra, frente a la zapatería Nelson, pegado a la casa de Molina el chiquero, esquina opuesta a la pulpería Melisa y en frente de donde doña Cheñolla o Chinola, como decía Molina. Bueno, Doña Paula Gaitán.

De mi casa vamos a caminar quince cuadras hacia el sur. Allí vamos.

Mire que hermosa casa la de don Jando Pastor, dos pisos, nada menos.

¡Adios Clemen, guárdeme el 81 y unos elotes para el regreso!

¡Hola Toya! ¿Cómo le va?

Sígamele para arriba. Allí en la esquina vive Chico Lagos y si seguimos vamos a pasar por la casa del profe Donald y la casa de don Oscar Vallejo. Madre de casa la de don Oscar, dos pisos, piso arriba y piso abajo.

Justo en frente, esta el casi hotel de don Víctor Merlo, el papá de Flamenco y de Bartolo.

Otra esquina más y veremos las antiguas instalaciones del taller Káiser, la casa de don Chendo Molina y Mariíta y el Chiken o el Chicle, como decía Consuelo.

¡Adiós don Ismael! Dicen que ese señor lo golpeo un rayo cuando era joven.

Aquí en esta calle están varios de los personajes conocidos de este pueblo:

Don Chelino Padilla, Alduvín Mendoza y Zulema Cerrato, Don Francho Vallecillo, Mario el Guapo y Toñita (seguro que le hubiera gustado ver los ojos de Toñita).

Más para arriba está una cuartería donde Lencho Gómez (almágana) tenía su taller en los años 1970.

Más arribita, justo en la esquina, tiene la pulpería de dono Bocho y Lucita, del otro lado la de don Gabriel y del otro la bodega de don Pancho y doña Rosa.

Puesto en esa esquina, verá hacia su derecha, al fondo, las puertas del cementerio municipal y a media cuadra, siempre a su derecha, verá el cuartel de la Josefa, la Chepa, la Jura o de la Fuerza de Seguridad Pública (antes el CES ahora la Policía Nacional). Ese cuartel fue construido en el mismo lugar donde años atrás se encontraba la lujosa cantina de Martina, frente a la carnicería de Tito Mendoza.

Sigamos que se nos va a hacer tarde.

Aquí nomás a su izquierda está la casa de doña Toya la mamá de Moncho el atleta y allí pegado la casa de don Julio Vargas, el propietario de los camiones El Canario.

Allí sentados en la acera están Oscar Borrador, Danilo Platano, Carlos María, Julito y Tacón.

¡Nos vemos muchachos! Aquí haciéndole de guía turístico.

Allí enfrente de la casa de don Julio estaba antes el rastro municipal. Los destazadores eran Juan Tuerto, el papá de rastro, y Miguel Ronrón.

Entre esta y la siguiente esquina se encuentran las casas de don Sotero Ferrufino, la de Julián Polvo de Gallo y la de Rubén Amador. Mas arriba, antes de doblar a la izquierda, estaba la trilladora de Joaquín Mendoza.

Doblemos a la izquierda, de todas maneras no tenemos elección.

Aquí vamos a pasar por un comercio indispensable en todo lugar, la funeraria. Esa funeraria es propiedad de don Cruz Arias (Crucito) quien tanto le sirvió a ese pueblo.

La casa de Crucito está como por coincidencia en un hoyo, todo un ingenio de arquitectura.

A su derecha tiene la fortaleza de Chico López que ocupa toda la cuadra hasta dar directo en frente de la panadería Suyapa. De allí hasta la otra esquina están las casas de Don Abel Talavera, la de Luis Sevilla (Sinusitis) y, en la esquina de la izquierda, la casa de don Luis Cerrato, el radiotécnico.

Ya casi llegamos a la salida.

En la esquina, al nomás subir la cuesta, están las casas de don Salvador Ferrufino y la de mi tío Emilio.

Más adelante están los negocios de don Martín Rodríguez y Toñita, el de Manuelita y David Martínez y el de doña Liliana Oseguera. Mire hacia la izquierda y verá la casa de dos pisos de construyó don Joche Claveles en 1951. Entre las dos últimas esquinas están el taller de Goyo Arguijo, el hermano de don Tito Viernes, las pulperías de Manuel Rodríguez y la de mí querida y respetada doña Isaura.

¡Venga! Vamos a saludarla.

Nos vamos a tomar un fresco, o una bebida refrigerada, gaseosa, con alto tenor en compuestos de sodio y sacarosa, con sabor agridulce, como diría Petilla el hijo de la doña.

- Bueno Doña, ya la saludamos.

- Adiós doña.

- Adiós mijo que te valla bien.

La última vez cuando hicimos el trayecto de Las Selvas, lo saqué por el desvío de Río Arriba. Hoy le vamos a dar recto, porque le quiero enseñar los restos de la represa hidroeléctrica que generaba la energía durante los años 1950 y 1960.

Allí nomás está, cerca de la casa de Peche y de Jochito, al pasar la quebrada de los Pericos

Tiempos atrás, al pasar la quebrada, no habían casas, sólo el Campo de los Pericos, donde el equipo de fútbol, El Municipal de El Paraíso hacía sus prácticas. Además del campo, estaban los potreros de don Hernán Moncada y los terrenos que Goyito Zelaya cedió para la construcción de la colonia San Juan. Era agradable caminar por aquí, siempre había sombra y casi nadie pasaba.

Este sendero se termina, cuando él se une a la carretera de la montaña, exactamente donde don Emilio Zúniga tiene su casa y frente al viejo plantel donde vivía Moncho Pirilanga.

De aquí para allá hasta done Juancito el de Maria la Chaparra, usted conoce el camino.

Lo único que tengo que mostrarle en la cuesta son las cruces de descanso de Helio Escoto, quien murió en un accidente automovilístico, y las de don Enrique Hernández y su chofer que murieron venadeados.

Eso paso justo antes de pasar entre los grandes cafetales de don Avelino “el maestro” Galindo.

Bueno, aquí estamos.

Esa cuesta le quema unas cuantas calorías a uno.

Pero ya no se preocupe, por un buen rato nos toca sólo de bajada.

Aquí comienza nuestro periplo rumbo a la Finca la Esperanza de don Joche Izaguirre, “El Cimarrón” como le decía Toñón Molina, mi tío.

Mientras avanzamos, verá que el terreno es diferente. Aquí a su derecha tiene una parte de montaña que hasta no hace mucho tiempo era virgen. Esa tierra pertenecía a doña Regina Lardizábal.

A su izquierda son tierras que pertenecieron a la familia Salgado. De ves en cuando, recojo a Vladimiro Salgado que viene a ver lo que les queda de esas tierras.

La mayoría de esas tierras ahora pertenece a don Goyo Zelaya o a sus herederos.

Mire, ponga cuidado.

De aquí donde estamos, frente a la tierra de los Salgado, cuente tres vueltas más y llegaremos a la vuelta de Celia.

Celia era una loquita que, en los años 1960, se paseaba entre las posesiones de Román Zelaya, en Las Dificultades, y el pueblo. Era un poco como Pabicha, la otra loquita del pueblo.

Un día, Celia se vino de la montaña hacia el pueblo y, al nomás llegar a esa vuelta, un desagraciado si corazón la violó, y después de violarla la hizo picadillos con un machete.

A ese delincuente nunca lo agarraron y el crimen de Celia se quedó impune.

Los vecinos de Volcancitos la enterraron y muchos de ellos la lloraron, entre otros mi mama que la quería mucho.

Bueno, sigamos el camino.

Como le decía la otra vez, por este trayecto no hay muchas cosas que ver, aparte la exuberancia de los cafetales que rodean el camino y la belleza de las estribaciones de la cordillera de Dipilto. Como ve, no hay muchas casas a la orilla de este camino, sólo algunas sin ocupante fijo, pertenecientes a la familia Zelaya.

Al llegar al desvío hacia Volcancitos, la cosa se pone buena.

Del desvío, mire a la derecha y verá la hacienda la Arabia. Una vieja casa de adobe perteneciente en aquellos tiempos a don Lencho Molina, mi abuelo.

En esa casona nacieron mis hermanas Ramona (que en paz descanse), Flora, Yelva y Melba. Era una casa lujosa para esos tiempos. Don Lencho había instalado servicios sanitarios de porcelana, un generador eléctrico y había embaldosado el piso.

Mi papa cuenta que el día que los albañiles terminaron de construir la casa, mi abuelo con su esposa (doña Chepita Calderón) llegaron en la tardecita y se quedaron durmiendo en la casona. En lugar de dormir en un cuarto, durmieron en el servicio de tan orgullosos que estaban de eso.

Tacaño pero orgulloso, así era don Lencho.

Este don Lencho tenía un buen amigo, don José Maria Tercero. Esos dos se pasearon por toda Honduras y Nicaragua compartiendo penas, alegrías y faldas. Donde comía el uno comía el otro, a tal grado que, cuando don Lencho compraba una Coca-Cola, agarraba dos vasos, dividía el contenido en dos partes iguales y le decía a Chon, la madre de todos nosotros y la doméstica para don Lencho y sus hijos, de poner dos partes iguales de agua en cada vaso. Así, Chema y Lencho tenían la impresión de haberse tomado una Coca-cola cada uno.

Bueno, dejemos jugar a radio bemba y sigamos adelante.

Mire para arriba a su izquierda y verá la casa de don Alejandro Cáceres, uno de los mandadores de Goyito Zelaya. Allí nomás, a su derecha, tiene las tierras de don Máximo Cruz.

Aquí vamos a bajar la cuestecita y al llegar al plan, vamos a llegar a centro de la aldea de Volcancitos, una línea de casas de un lado y otro de la carretera. Esas casas pertenecen, entre otros, a Panchito Romero, un señor pistudo del pueblo que, según las malas lenguas y la mía que no se queda atrás, era pautado, como decía Aniceto Prieto.

Entre las casas de Panchito y la casa de don Manuel Gallardo, se encuentra la escuela de Volcancitos. Esa escuela fue construida en los años 1970, por iniciativa de vecinos como Don Alejandro Gaitán, Alejandro Cáceres, Marcial el yerno de don Alejo Gaitán y don Moisés Sosa. Es de hacer notar que Reynelda, la hija mayor de don Moisa, hizo sus primeros años de escuela en esa escuelita rural.

Aquí vamos a pasar a saludar a don Alejo Gaitan, el padrino de mi hermana Melba. Es un señor muy gentil y pausado, exactamente como su hijo Sixto. Se acuerda de él, allí fuimos a tomarnos un cafecito después de haber atravesado el puente Calzón Blanco.

Más abajito vive otra hija de don Alejo, la esposa de Marcial.

Al nomás atravesar la quebrada, prepárese porque vamos a trepar una cuesta. Aquí vamos a pasar al lado de la choza de don Colacho Oseguera, un señor misterioso y sin orígenes conocidos. Vivía solo con su hijo y no se metía con nadie. Yo le tenía miedo cuando era niño y, antes de pasar por allí me rezaba unas cuatro ave marías, unos cuantos credos y tres oraciones a San Jorge. Todo eso con el fin de protegerme de la brujería que don Colacho podría hacerme.

¿Éramos papos, verdad?

Antes de terminar la cuesta, a su izquierda, están los potreros de don Carlos Rivas, el papá de Marcos el de Hilda.

Párese allí y dele un ojo al paisaje.

Desde allí puede ver la carretera de Las Selvas y los caseríos de la Cascada, El Portillo, y Granadillos. Fíjese bien y si se acuerda, puede ver claramente las casas de Don Juan Sánchez y de la de don Cayo Rodríguez.

Esta cuesta lo hace sudar a uno. Pero no se preocupe que dentro de un rato vamos a llegar donde mi padrino Moisés y va a ver como es de atenta doña Cristina.

Antes de llegar a la casa de mis padrinos, vamos que tener que hacer bulla. Porque si no ese perro jodido… Conder creo que se llama, nos puede morder.

Doña Luisa siempre le dice a mi padrino que cape a ese perro porque es muy bravo, pero mi padrino dice que es mejor así, porque así el perro cuida mejor.

Ya casi llegamos.

Ponga cuidado.

Tiruliruli tiruli tiruli

Tiruliruli tiruli tiruli

Tiruliruli tiruli tiruli tiruli

Me caí de las nubes que andaba

Como a veinte mil metros de altura

Por poquito que pierdo la vida

Y esa fue mi mejor aventura.

¡Ya vio!

Ese perro pendejo ya comenzó a latir.

-Y diay perro bandido, no mordás a los muchachos.

Mauro, agarrá el perro y amarralo.

- Verdad que le dije.

- Buenas Madrina

- Buenas mijo, y en que vueltas anda?.

- Aquí enseñándole a este alero los caminos de cuando era chigüín… huele a sopa de gallina.

- Si, estoy cocinando una sopa para cuando regrese Moisés.

- Mire compa, ese es Moisesito, el hijo menor de mi padrino.

- ¿Cómo estas hombré?

- Yo eftoy bien y vof. Ya vifte la fopa quefta cofinando Criftina.

- Si la vi.

- Puef tené cuidado, que efe pechuguo queftay es de Moifés.

- No te preocupes hermano, que sólo voy de pasada.

- Bueno madrina, gracias por todo, me le da saludes a mi padrino.

- Adios muchachos, que les vaya bien, pasen de regreso, hay les voy a tener unas rosquillas para que le lleven a la comadre.

Verdad que le dije ¡esa es calidad de gente, no se pierda!

Aquí nomás, vamos a pasar esta quebradita y luego vamos a llegar a uno de los lugares que me empujaron a amar las piedras.

Mire que lindos peñascos.

Puro cuarzo macizo.

De allí le viene el nombre a este lugar. Las Piedras Blancas.

Lindo lugar, y es aun más hermoso cuando los heliotropos están florecidos al mismo tiempo que las orquídeas. El perfume de esas flores es más poderoso que el Macuá.

Y viera usted que belleza cuando en el guayabillo, que ve usted más adelante, las oropéndolas hacen sus nidos. Que maravilla de lugar.

Aquí en la quebrada, va a ver el canal de lavar café que don Pedro Sosa construyó al final de los años 1960. Si le damos directo por en medio de la finca, llegaremos mas rápido a la casa del don. Alli vamos a ver a Petrona, a Hector y los otros hijos de don Pedro.

Pero mejor le vamos a dar por la carretera.

Allí le voy a enseñar el pasadero que lleva a la hacienda de don Nacho López y doña Eva de López. Tal vez miremos a don Carmelo Castro y a doña Trina. Muy buena gente esos señores.

- Adiós don Pedro

- Adiós mijo, salúdeme a don Joche.

- Bueno.

Esta carretera es plana, desde Piedras Blancas hasta El Palo Verde. Fue mi papa quien la trazó a mediados de los años 1960, antes de mi nacimiento.

Después de la apertura de la carretera, se construyeron algunas casas. Así pues, Maria Inés Espinal tenía la suya. Allí vivía con sus hijos que desgraciadamente no me acuerdo de sus nombres. Del único que me acuerdo es de Teyo (Doroteo). Ese muchacho quedo casi invalido a causa de la poliomielitis. Y según cuenta mi mama, ella lo ayudó a rehabilitarse con baños de agua caliente y sal de purga.

Ese Teyo era malillo y hacía seguido cosas que desagradaban a mi mama.

Mi mama le decía:

- Teyo, si no dejas de molestar te voy a penquear.

Y Teyo seguía con el mejengue.

- Bueno Teyo, no me vas ha hacer caso, ya vas a ver.

- Virginia, le respondía Teyo, usted solo es pedos y nada que caga.

Y que quería que hiciera mi mama ante una respuesta tan elocuente como esa…ponerse a reír.

Bueno, como le decía, algunas casas se construyeron cerca de la carretera y, más delante de la casa de Maria Inés, había la casa de don Marcelino Corleto y de Lencha.

Esos señores no los conocí, pero mis hermanas visitaban esas casas junto con mi papa. Ellas cuentan que allí había una lora que hablaba y que cuando ellas llegaban, la señora decía a la lora:

- Lorita, Salude à las muchachas

La lora respondia ¸

- Guevos

- Lorita, no sea malcriada, salude a las muchachas.

- Guevos

Y al final nunca saludó.

De esa casa sólo quedan las ruinas en medio de un viejo cafetal.

Más adelante estaba la casa de Constantino Corleto, hijo de don Marcelino, otro que se fue a buscar fortuna a Las Trojes.

Ya casi llegamos. De este roble en la esquina de las tierras de Tano Espinal hasta los límites de las tierras de mi papa, nos queda algo así como un Kilómetro.

Echele mejenga que ya llegamos.

Aquí en este pino encontramos a Roque el Chele bien a maceta, dormido bien socado a ronquido y pedo. Mi papa decidió que esa vuelta la íbamos a llamar la vuelta de Roque. Esa vuelta marca el inicio de la bajada hacia la casona donde yo nací. Allí en el plancito, al nomás bajar la cuesta, va a ver la pilota de cemento que don Cornelio Bustamante construyó para recoger el agua que mi papa hacia bajar por canales de Guarumo desde la fuente.

Mi papa estaba orgulloso de su obra porque decía que su mujer nunca se iba a poner una tina en la cabeza para acarrear el agua.

Al mismo tiempo que la pila, mi papa construyó también unos servicios de cemento para ir a hacer las necesidades fisiológicas y de paso ir a mear.

Así mismo, puso en el servicio un canasto de olotes (sin h como me corrigió Dulia) y un gancho con papel periódico.

Bueno mijo, ya llegamos. Siéntese allí en el corredor a descansar mientras nos comemos la burra de frijoles fritos, tortillas, sal y huevo en torta que nos aliño la Flora.

La próxima… Los habitantes de la aldea

¡Ay nos vemos Güicho oh!

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