miércoles, 31 de enero de 2018

La democracia y su interpretación en una república bananera o más bien ZEDEERA





Darío Izaguirre

Historiador y Arqueólogo



Honduras es un país que alcanza más de ocho millones de habitantes de los cuales la mayoría viven en la pobreza extrema producto de las desigualdades sociales. Es un país con una historia convulsa en donde la búsqueda de mejores horizontes siempre se ha visto truncada por la ambición de un individuo o de un grupo de individuos. 


Independiente de España desde 1821, este país se vio luego enfrascado en procesos armados instigados ora por liberales en el sentido estricto de la palabra, ora por aquellos que se obstinaban en guardar las estructuras coloniales. Es así que, al estudiar la historia de Honduras, ella nos pone frente a realidades que merecen un cierto análisis, teórico talvez, pero análisis de todas maneras.

Se propone en este texto abordar una serie de realidades históricas que ayudan a comprender la situación actual del país. Sólo se abordarán 5 de esas realidades históricas, aunque se podrían facialmente agregar otras.


Se escogen estas cinco por el hecho que son las que más se ponen de manifiesto desde el Golpe de Estado de 2009, el cual, desde mi punto de vista, sus causas fundamentales se encuentran en el hecho de querer darle poder a la masa en la toma de decisiones de la Cosa Pública y en la actitud valiente de un gobierno ante los intereses foráneos.


Esas realidades históricas se desglosan de la manera siguiente:


1.- El estilo on/off de la institucionalidad

Me permito introducir esta realidad histórica poniendo como ejemplo el control que tenemos en esta época de electricidad y tecnología, sobre el hecho de apagar o encender un aparato. Me explico: Si estamos en una reunión y el celular nos molesta pues lo apagamos. En las redes sociales podemos armar un grupo, pero si ya no nos interesa o no se apega a nuestros intereses, pues lo borramos y ya. Así ha funcionado históricamente la institucionalidad en Honduras.

Creo también que es necesario definir aquí lo que se entiende por institucionalidad en una sociedad susodicha democrática.


Comencemos entonces por definir lo que es la democracia: una democracia en el sentido clásico y literal del término es el gobierno del pueblo. Más ampliamente, un sistema democrático implica la participación de los ciudadanos a través de sus representantes libremente electos en la toma de decisiones en las cosas del Estado. En principio, un representante en una asamblea nacional debe ser portador del sentir de quienes lo eligieron y no de sus intereses personales. Bien aclaro, en principio, porque en la praxis los representantes del ciudadano, en el modelo pseudodemocrático de Honduras, bailan la música de los intereses del lobby que les permite tener el puesto.


Una democracia representativa en un sistema republicano, como se supone es el hondureño, implica la existencia de tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, los tres con funciones que no les definiré porque ya sabemos lo que se supone que tienen que hacer.


Esos tres poderes supuestamente representan la institucionalidad del estado. Tres instituciones con autonomía y poder de discernir la voluntad popular. En este escenario teórico se ha fundamentado la historia oficial del estado de Honduras, pero en la realidad esta supuesta institucionalidad no es más que una falacia. Desde sus orígenes la institucionalidad del Estado de Honduras se ha apegado a la voluntad de unos cuantos.  Desde los inicios de la república, los asaltos del ejecutivo hacia el legislativo o el judicial se cuentan por cienes. Los actos de 1904, el autoritarismo de Luis Bográn, las matanzas de José María Medina, el asalto del poder de Tiburcio Carias, los golpes de estado militares y más recientemente el golpe de estado de 2009 y la reelección de Juan Orlando Hernández no son más que algunos ejemplos.


En esos ejemplos el estilo on/off de las instituciones se manifiesta en el hecho de que cuando un poder del Estado no hace su función la institucionalidad se apaga se diluye en un vacío institucional y el otro poder, en general el ejecutivo, toma por defecto las funciones de ese poder “off” creando así un estado que reniega toda representación democrática dando origen a gobiernos de facto. La salida a esos escoyos siempre ha sido una asamblea constituyente que no hace más que reformar la vieja constitución revivir las viejas instituciones con los mismos individuos que otrora rompieron la institucionalidad.

Así pues, el estilo ON/OFF de la institucionalidad en Honduras es una realidad histórica.


2.- La falta de autodeterminación y la dependencia de lo que decidan los EE UU.

La autodeterminación es el hecho de que cada país debería ser capaz de tomar decisiones por sí mismo sin la injerencia de países extranjeros. Pero en Honduras ese principio es irrisorio. Por ejemplo, desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, los gobernantes han sido puestos y quitados por o con el apoyo de países ajenos a la realidad de Honduras. Ya sea Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Inglaterra o los Estados Unidos, la intervención extranjera forma parte del menú de la clase política de Honduras. 


En la juventud de la republica de Honduras, las intervenciones extranjeras eran flagrantes. Tropas, armas y asesores extranjeros fueron la orden del día durante el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Estas intervenciones se vuelven más sutiles a partir de 1960 en donde la intervención más que centroamericana, se hace a través de la intervención económica y política norteamericana. Si bien el capital nacional ya se había sometido se somete al capital extranjero, ahora la influencia política sectaria y contrarrevolucionaria de los USA es la biblia de los políticos de oficio de este país de Centroamérica. En este contexto, lo único que no cambia son los actores políticos tradicionales que heredaron los vicios y las triquiñuelas de sus ancestros. Carías, Gálvez, Villeda, Lozano, Cruz, Cruz Torres, Zúñiga Agustinus, Suazo Córdova, Azcona, Callejas, Flores y cuantos más han parido los partidos políticos tradicionales. Esos Caudillos del siglo XX no hicieron más que vender y socavar lo poco de autodeterminación que le quedaba a Honduras si alguna vez la tuvo.


Estos agentes históricos y sus ancestros son los culpables de que en Honduras no haya hoy desarrollo, ellos son los culpables de que las instituciones, que deberían responder a la voluntad de quienes los elijen o de quienes los dejan gobernar, no sean más que títeres de intereses mezquinos y la avaricia de los detentores del poder. 


En otras palabras, el principio de la inexistencia de autodeterminación y la dependencia es otra realidad histórica hondureña.


3.- La idea torcida de democracia

La democracia, este epíteto con el que se llenan la boca los políticos de oficio desde el siglo XIX en Honduras no ha sido más que una caricatura. Si leemos rápidamente la historia de Honduras nos daremos cuenta rápidamente que los procesos electorales, como mínima manifestación de la democracia, no han sido respetados sino solamente algunas veces. Además, la alternancia en el poder no ha dependido que del estado de ánimo del caudillo o de los dirigentes del partido, sin pasar de soslayo la intervención extranjera menciona. Raras veces o nunca se ha hecho uso de la consulta ciudadana en un referéndum o en otra forma de consulta. Y cuando alguien que se le ocurrió llamar a una consulta popular, le dieron Golpe de Estado y lo mandaron en pijamas a Costa Rica.


Entonces, la idea de democracia en Honduras se ha limitado al ejercicio del sufragio en elecciones que siempre han sido cubiertas de un aura de vicio y chanchullo, como decimos los hondureños. La democracia en Honduras ha sido entendida siempre como el derecho de elegir y ser electo sin importar que los electos sean personas con un pasado o un presente digno de representar a quien sea.

Así pues, la idea de la democracia en Honduras es torcida y retorcida y es otra surrealidad histórica.


4.- El vicio o la obsesión de poder

Sea impulsada por un partido o un candidato, en la política tradicional de Honduras, siempre ha habido una tendencia abierta hacia el continuismo. Esto se da algunas veces con objeto de proseguir proyectos de “progreso” (Marco A. Soto, Luís Bográn), o por la simple razón de defender los intereses extranjeros (Manuel Bonilla, Carías, Los militares, Juan Orlando Hernández) o por obsesión personal (Terencio Sierra, Juan Orlando Hernández). Esos nombres no son más que los ejemplos más flagrantes. Pero lo que si queda claro es que los individuos viciados y obsesionados por el poder no tienen ni el carisma ni el temple de líderes, sus ambiciones son mantenidas de manera artificial y con la ayuda de ciertos sectores que ven interés en manipular el Estado y eso es el que tiene a Honduras en el infierno de la pobreza y el descontento Social. 


5.- El poder de las armas

Vuelve la burra al trigo. Desde el principio de época republicana en Honduras, curiosamente los jefes de estado en su mayoría han sido militares (de academia o de cerro, pero militares igual). Los que no han sido militares, han contado con el apoyo de éstos mientras el mandatario y sus partidarios del congreso o de la corte suprema no atentan contra los intereses de la fuerza armada. Aun durante la alternancia de gobiernos civiles entre 1981 y 2009 y después de los gobiernos ilegítimos de Micheletti, Lovo y Juan Orlando Hernández, los militares han sido quienes deciden, tras bastidores, quién se queda o no en el poder. 


Pero el hecho es, que esa fuerza armada no tiene ella misma vida propia porque en última instancia baila la música de la embajada de los Estados Unidos. Si no recordemos las maniobras de nuestro tristemente célebre Gustavo Alvares Martínez o las del General Discua o más recientemente las del General Romeo Vásquez. 


En principio la fuerza armada está subordinada al poder civil, pero ¿qué hacer cuando el poder civil no tiene el poder de las armas? ¿Paradójico? ¡NO!  Si nos detenemos a ver la situación actual del país, pareciera que Juan Orlando Hernández tiene el control de la Fuerza Armada, pero en realidad este individuo está en el poder porque el Departamento de Estado de los Estados Unidos le dio el visto bueno. En el momento en que los Estados Unidos decidan que Juan Orlando Hernández ya no es su niño bonito (como hicieron con Los militares mismos en Honduras o con Somoza en Nicaragua), de repente lo encontraremos en pijama en Colombia o Guatemala y Honduras volverá a la época de los militares que, constitucionalmente, están para defender la Constitución que Juan Orlando Hernández ha violado a diestra y siniestra. En otras palabras, los militares tendrían toda la razón de dar un golpe de Estado. La rueda gira y el ciclo tradicional de la historia de honduras se repite: Elecciones (democracia), golpe de Estado (dictadura), Constituyente…

Desde ese punto de vista, el poder de las armas y no de la fuerza armada, es más concreto que el poder civil y por tanto otra realidad histórica.

Conclusión

Lo que se ha querido hacer en este texto es jugar a los malabares con cinco bolas para visualizar el contexto social y político actual de Honduras. Se aclara es un texto de opinión y que lo aquí dicho son notas tomadas durante ciertas noches de insomnio.


Lo que trato de poner en evidencia es que la historia oficial siempre nos ha tenido engañados haciéndonos creer que hemos vivido en democracia. Aun durante los gobiernos militares, pocos fueron los que condenaron estos. Sin embargo, muchos de los que se atrevieron a criticarlos o combatirlos, se hicieron silenciar, ya sea por la fuerza o por la seducción de unos cuantos pesos.

Otra idea que se ha querido poner de manifiesto, es que la idea de democracia hondureña de las últimas tres décadas es otra falacia de la historia oficial. Durante los gobiernos civiles de Suazo, Azcona, Callejas, Flores, Maduro, Micheletti, Lovo y Juan Orlando Hernández, los niveles de represión, de saqueo y pobreza han alcanzado un nivel que le ha permitido a Honduras ganarle la carrera a Haití y a Bolivia. Eso es la herencia de 30 años de democracias nutridas en esas cinco realidades históricas abordadas aquí. Eso, sin tomar en cuenta otra realidad subyacente, el crimen organizado. Esta última, no la abordamos aquí por falta conocimiento, pero sin temor a equivocarme ella es la consecuencia de ese andamiaje de corrupción e impunidad heredado de los últimos 30 años de susodicha democracia.


Pero si es fácil quejarse, más difícil es dar soluciones, aunque ya muchos las han propuesto y en muchos casos esas soluciones han caído en el vacío de los oídos de los sordos que no quieren oír. Es por eso que en el momento histórico por el que pasa Honduras muchas preguntas surgen. ¿Cómo explicar el hecho de que siendo Honduras el país más pobre de América, cuenta con el segundo número de millonarios más grande de Centroamérica? ¿Cómo explicarse que un rector universitario gane más que un jefe de empresa o que un médico? ¿Cómo justificar que ese mismo rector se pasee en autos blindados y guardaespaldas? ¿Cómo justificar que el instituto del Seguro Social sea saqueado y que los saqueadores están en libertad? ¿Cómo explicar el cambio de actitud de viejos radicales revolucionarios de izquierda, ahora convertidos en expresidentes o en ministros o asesores de los gobiernos más corruptos de la historia de Honduras?


¡Eso no se explica! porque las explicaciones son banales o absurdas ante una sola realidad… La corrupción de la que es víctima el país. Entonces ante esta realidad la mejor solución a los males de Honduras, es la disolución de todas las instituciones del Estado y la refundación de uno moderno, un Estado en donde los Ciudadanos tengan un verdadero poder. Un estado en donde este sea un fiel interprete de la realidad histórica y de más que de eso de que sea un buen representante y un buen representante de la voluntad del pueblo.

Yo sé que soñar es gratis, y por suerte es uno de los únicos derechos que no me han usurpado.

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