lunes, 22 de noviembre de 2010

Oraciones, Cuentos, fantasmas y agüizotes: volumen 2 (el gato negro)

Siguiendo la línea de mis escritos sobre el folklore y las tradiciones de nuestra tierra centroamericana, les quiero dejar hoy una serie de párrafos en donde les hablaré de un amigo de infancia. Pero no puedo comenzar a hablarles de ese amigo sin antes introducirles a ese universo místico y prohibido de la magia negra.

Todos los que hemos vivido en la campiña alguna vez hemos oído hablar de gente que practica la brujería. Algunos de esas gentes se han apropiado libros o fragmentos de libros susodichos mágicos, libros prohibidos a los que, antaño, sólo los iniciados tenían acceso.

¿Quién no ha oído hablar de la famosa oración del gato negro o de la oración de Monserrat o de pociones hechas con el hueso del pene de ciertos animales, o de ritos hechos con gallinas negras o con cabras negras? Todos esos hechizos, por así decirlo toman sus orígenes en libros como El libro de San Cipriano, o en
El Gran Grimorio del Papa Honorio, o en Las Clavículas de Salomón, o en La Biblia Satánica de Anton Szandor LaVey, entre otros. O en tradiciones milenarias que no tienen origen preciso. Ya en otro texto les hablé del moco de jolote y otras friegas que toman su origen en prácticas o ritos precolombinos.

Los libros prohibidos de hechicería siempre estuvieron al margen del común de las personas, la iglesia en su afán protector de la fe se encargó de quemarlos, perseguirlos y utilizarlos par infundir miedo a los feligreses ávidos de historias y de hechos sobrenaturales. Sobretodo en una época en donde la televisión, Internet y el correo electrónico no existian.



Pero siempre hubo marginales que decidieron esconder obras preciosas a sus ojos. De la misma manera en que yo escondía El breve diccionario de sociología Marxista de la Colección 70 o El pequeño ejercito loco de Gregorio Seltzer. así otros escondieron esos libros que ahora se pueden encontrar sin problema en red.

Bueno, ese amigo de quien les quiero hablar, era uno de esos iniciados. Nació en los años 1960 en la misma aldea que yo. A temprana edad perdió a su padre y fue criado por su madre y su abuelo quien en otros tiempos había sido soldado del General Carias.

Lo conocimos en mi casa porque mi padre, un hombre de muchas iniciativas y siempre listo a ayudar al desvalido, lo acogió como trabajador al igual que sus hermanos cuando aun era un niño.

Cuenta mi papa que este gallo llego por la primera vez al la casona de la montaña una mañana del mes de enero. Mi papa estaba en el corral donde el ordeñaba sus vacas y, desde lejos, Cantarranas (El nombre verdadero lo omitiremos por ahora, pero seguro que algunos de mis lectores sabrán de quien hablo. Por ahora le llamaremos Cantarranas) le gritó:

- Don Joche, manda decir mi mama que le venda una botella de leche.

Mi papa le contestó:

- Ta bueno pues, vení pasame la cumba para que te la llene.

- ¡Güevos! le dice Cantarranas, mi mama me dijo que no juera meter las patas onde estaban esos animales. Me dijo que me podían joder.

- Ve hombré, le dice mi papa, acercándose donde estaba el amigo este, si no entras al corral te vas a ir sin leche.

Mi papa sabía que las vacas no le harían ningún daño. Eran vacas mansas y dóciles. Al mismo tiempo, mi papa necesitaba un muchacho que le ayudara en sus quehaceres cotidianos puesto que en ese tiempo sólo tenía sus tres hijas, el raquítico de yo no había visto aun la luz del sol.

- ¡Güevos! yo no entro allí, le dice Cantarranas.

En lo que menos esperó se encontró dentro del corral, mi papa lo tomo en sus brazos y lo metió. El chigüín lloraba y maldecía a mi papa.

Mi papa le lleno la cumba y le dijo que no le costaba nada, que se la llevara, y que si quería otra que volviera mañana.

Al día siguiente no fue él quien vino sino su madre, hecha una furia.

Desde que mi papa la vio supo que una camándula de insultos se aproximaba.

- ¡Buenas doña! le dice mi papa ¿viene a buscar su cumbita de leche?

- Cómete una carretada de la que comió Torres viejo pendejo, le dice la doña, vos, viejo hijo de la setenta mil pares de zapatos, ¿crees que a todos nojotros nos parió una vaca? Mis hijos no han nacido en un corral como vos, mis hijos se han criado…

- Mire doña, le dice mi papa, antes de siga con su retahíla quiero decirle que lo que hice ayer sólo fue para probar a tu hijo. Ese güevoncito es fuerte y puede serte útil si deja que yo le enseñe a trabajar. Su marido ya no está, dejalo que venga y que se acostumbre. Si le gusta lo voy a ocupar como arriero.

- Ya te dije viejo maldito que mis chigüines nos van a crecer oliéndole el culo a tus vacas.

- No te digo que va a pasar su vida en el corral sólo te digo que puede aprender y de algo le servirá después. Entre tanto, pasame tu cumba que te la voy a llenar.

Los días siguientes fue Cantarranas quien vino a buscar la leche, efectivamente, poco a poco fue entrando al corral y terminó ayudándole a mi papa en las labores de ordeño y cuidado del ganado. Aprendió a montar, a fletar con mulas y a ganar un salario como todos los otros trabajadores. Siempre fue rebelde, cotestón, mal bosaleado y autónomo. Cuando cogió alas se fue a descubrir otras tierras. Por allí volvió hecho todo un hombre cuando yo tenía unos 14 años. Casado y hasta donde le seguí la pista, tenía 3 hijos donde uno de ellos, Jaimito, tenía su mismo carácter.

Cuando regresó, mi papa lo contrató y lo puso à cargo de la compra de café ya no ganaba salario sino que cobraba comisión. En eso trajines yo lo acompañaba y fue así como supe que en sus andanzas había aprendido algunas cosas que, al chigüín que era yo en ese entonces, daban miedo.

Cantarranas, según él y personas de la aldea donde nací, controlaba ciertos poderes que la permitían volverse invisible, trasformarse en mono, conquistar mujeres y otras prácticas esotéricas. Era temido y respetado por todos y, al mismo tiempo, un jugador compulsivo. Podía dejar todo su dinero en una jugada de dados o de naipes y en eso las brujerías que sabía no le ayudaban de mucho.

Durante nuestros viajes de compra de café platicábamos de toda cosa. Yo le hablaba de política y del hecho de que habían injusticias pero que también habían esperanzas. Pero mi trabajo de concientización caía al lado cuando él comenzaba a hablar de sus dones y de sus aprendizajes de hechicero.

Casi en cada aldea por la que pasábamos tenia una movida, una mujer que se derretía ante sus miradas de matarrata, como decía don Félix Cachaza. Alguna gente se apartaba del camino cuando lo miraban pasar.

Un día le pregunté:
- ¿por qué la gente te tiene miedo, vos?

- No se, respondió.

- Mira vos, le digo yo, por allí la gente dice que sos brujo. El otro día el compa Andrés me dijo había pasado por el pozo de la Tina la de Mundo ya de tardecita. Tina estaba allí y se pusieron a platicar. De repente, un mono comenzó a pasearse de rama en rama y a hacerles muecas (aclaro que en esa región de mi país no hay monos). Tina ni se asustó y lo único que le dijo fue – Mire Andresito, ese es su compa Cantarranas que nos quiere asustar. Cuando Tina le dijo eso, el mono se fue y dejo de joder.

Con una sonrisa esquinera, Cantarranas respondió.

- ¡Esos son papos!

- Bueno le digo yo ¿pero eras vos o no?

- Mira, me dice, te voy a contar una cosa pero no se la digas a nadie. Si lo contás eso va jugar en mi contra y me puede pasar algo.

Yo también era miedoso y le prometí de nunca decir nada. Sin embargo con el paso del tiempo Cantarranas se hizo cristiano y ferviente practicante, por lo tanto creo que ahora no le pasará nada.

- Bueno, le digo, no te preocupés, no le voy a contar a nadie.

- Mirá, me dice, cuando me fui a vagar por Olancho, conocí un jodido que tenia unos libros de magia negra y, como vos, yo no paraba de hacerle preguntas. Un día me dice: vení que te voy a enseñar algo.
El tipo me enseño el libro infernal, el libro de San Cipriano. Con ese libro me enseño unos cuantos pases.

- Aja ¿y que te enseño?

- Entre otras cosas me enseño a hacerme invisible, a conquistar mujeres y otras cositas.

- Hacerte invisible, esas son puras pajas tuyas para hacerme miedo.

- ¡No jodas! me dice, ¿si no me crees pa que putas me preguntás?

- Calmate hombre, le digo yo, es que eso de hacerse invisible es difícil de tragárselo.

- En el libro de san Cipriano me dice hay varios encantos que se hacen con un gato negro y uno de esos es el que te permite de hacerte invisible.

- ¿Y vos lo hiciste?

- ¡Si! y te digo que es vergueado, tenés que tener güevos. Porque te podes hacer loco haciendo el rito.

- Haber contame, le digo yo.

- Mira, me dice, yo lo hice en la montañita entre la finca de tu abuelo y las propiedades de Pancho Romero. Allí no va nadie y es pijiado que alguien te encuentre.
Tenés que encontrar un gato negro, me dice, negrito, sin una pizca de blanco. Lo tenés que engordar bien durante 7 meses, después, al séptimo mes cuando la luna esta llena te vas al lugar del ritual.

Tenés que llevar un a chalina fina de seda negra, un cuchillo virguito de crucero, una olla o tinaja tamaña pipa y un espejo nuevo en el que no te ayas visto, un haz de ocote fino rojito y leña de corazón de roble bien sequita. Si no tenés leña de roble podes utilizar otra clase de leña de palo duro, Trotón, encino, guayacán, quebracho, por ejemplo.

Bueno, una vez en el puesto prendés el fuego lo atizas y pones la olla con agua y la haces hervir y esperás hasta las doce de la noche. A las doce en punto te haces una heridita con el puñal y le hechas unas gotitas de tu sangre al agua. Después, agarrás el gato, que tenés en un costal de manta, y lo zambullís vivo en la olla. Allí tenés cuidado de que no te aruñe porque si te aruña te lleva el diablo. Allí esperas y seguís atizando el fuego hasta que los huesos se del gato se separen de la carne, cuando esto pase sacas los huesos y los ponés sobre la chalina, al mismo tiempo pones el espejo en el suelo al lado de los huesos, te apucuyas y cuando los huesos aun están calientes comenzás a ponerte los huesos uno por uno en la boca, pero preparate.

Aquí comienza lo bueno. Cuando te comenzás a poner los huesos en la boca el aire se pone fuerte al punto que puede apagar el fuego y comenzás a oír los maullidos de todos los gatos negros que han sido sacrificados por otros. Al mismo tiempo, recordá que te estas viendo en el espejo, pero lo que ves no es tu cara sino que todos los ejércitos de diablos que desfilan ante vos. Si tenés güevos y aguantas, en determinado momento te meterás uno de los huesos que hará desaparecer todas las imágenes del espejo, aun tu cara. El espejo no refleja nada. Cuando esto pase sabes que tenés el hueso que querés. Agarralo envolvelo en un pañuelo y metételo a la bolsa. El resto de los huesos y todo lo demás enterralo y andate de allí.

Ami se me ponían los pelos de punta, pero al mismo tiempo me daba gusto oír esas cosas. En le fondo sabía que eso formaba parte del la cultura de mi país. No obstante, siempre me pregunté si lo que Cantarranas me contaba era cierto, o si simplemente se trataba de inventos para hacerme miedo y hacerle miedo a la gente. Una cosa es cierta, Cantarranas practicaba sus ritos y sabía dominar ciertos aspectos de las tradiciones de brujería circulantes en América Latina desde hace siglos.

Un día pasábamos con Cantarranas al ladode una cantina del otro lado del río Conchagua. Allí, se encontraban un cachimbo de hombres bebiendo guaro y jugando naipes. Cantarranas me dice:

- Perate voy a ver si puedo jugar una mano.

- ¡no jodas! No gastés tu pisto en esa pendejada. Antes de jugar, comprale comida a tus hijos.

- Hombre, me dice, tenés razón, pero vamos a echarnos un fresco.

Nos bajamos de las mulas y desde que nos bajamos los otros hombres que estaban allí comenzaron a hacerle guasa a Cantarranas.

- Aquí esta el brujo
- Vení jugá con nosotros, te vamos a pagar una juca
Cantarranas repondia:

- Hoy no muchachos no tengo pisto.

Uno de los presentes, un tal Chepe Fajardo le dice:

- ¡No jodas cantarranas! ¿Qué putas te pasa hoy? Tas aguachento. Si no tenés pisto yo te doy 50 pesos, me los acabo de ganar herrándole las mulas a Canacho. Pero me tenes que probar primero que sos brujo y que te sabes las del uñudo.

- ¡No! Le dice Cantarranas, las cosas que se no son para venderlas y mucho menos para ganar pisto con bolos como vos.

- No seas Culero, le dice Chepe, si sos hombre tenés que hacerlo.

Los otros hombres comienzan a uchar a Cantarranas.

- Dale hombre, mostrale a ese jodido que las podés.

- Aquí todos sabemos quien sos, sólo ese papo es el único que quiere perder su pisto.

- Hacete mono o desparece para que se le quite la jodedera este.

Chepe lo urgaba tambien.


- Mirá, le digo yo, te dije que no viniéramos aquí.

- Callate, me dice. ya vas a ve como se las pongo estos pendejos.
Hombre Chepe, le dice, te voy a dar gusto. Primero dale los 50 pesos a Dario y luego te vas a buscar afuera un tuco de cascajo de unas 20 pulgadas de largo.

- Ta bueno pues, le dice Chepe.

Chepe me dio los 50 pesos y se fue a buscar la piedra.

Entretanto al interior de la cantina el silencio era uno de catedral al medio día.
Cuando Chepe regresó con la piedra, Cantarranas le dice:

- Tas seguro que me queres dar esos 50 pesos.

- Claro le dice Chepe de todos modos no te los vas a ganar porque ni brujo sos. Esas pendejadas que dicen de vos son puras pajas. Yo me meo en los brujos.

- Bueno, venite para acá le dice Cantarranas. Dame la piedra y ponete de espaldas a mí.

Chepe obedece y lo hace.


- Ahora abrí las piernas, le dice.

Silencio total en la cantina…


Cantarranas introdujo la piedra entre las piernas de Chepe y comienza a rezar una retahíla en una especie de glosolalia que nadie entendió. Teniendo la piedra con una mano comenzó a suspender a Chepe. Los pies de Chepe estaban a unos 50cm del suelo cuando empezó a gritar.

-¡Brujo hijueputa! bajame de allí. Ya te creo, bajame.

Cantarranas no paraba y lo iba subiendo más y más hasta que los pies de Chepe se encontraron a un metro del suelo. Cantarranas lo tuvo allí durante más de un minuto y no parecía ni hacer fuerza. La cantina se vació y las doñas comenzaron a rezar y sacar sur ramitas de ruda.

Cantarranas salió del trance y bajo a Chepe diciéndole:

- ¿Y ahora me crees?

Chepe con unos ojos de vaca viendo pasar el tren le respondió.

- Brujo pendejo, te ganaste los cincuenta pesos ya no te acerqués a mi ni a mi familia.

- Te recuerdo, le dice Cantarranas, que vos me pediste que hiciera eso, sólo tenías que dejarme en paz.

La cantina volvió a llenarse de nuevo y nosotros continuamos nuestro viaje en silenció yo quedé completamente impresionado.

Como les dije antes yo perdí contacto con Cantarranas. Me fui a estudiar a la capital pero el recuerdo de este brujo me siguió toda mi vida. Un día decidí de verificar si en realidad esas oraciones y sortilegios existen de verdad. Hice una investigación rápida sobre los sujetos de conversación que entreteníamos con mi amigo y encontré algunas pistas.

Para comenzar me pregunte ¿quien era san Cipriano?

Existen varios y dos de ellos son confundidos. El primero es el San Cipriano de Cartago. Este último
“nació hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. En 248 y fue elegido obispo de Cartago. Al arreciar la persecución de Decio, en 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para poder seguir ocupándose de su grey. Algunos juzgaron esta actitud como una huida cobarde, y Cipriano hubo de explicar su conducta. Unos años después, en la persecución de Valeriano, Cipriano no huyó, fue primero desterrado y luego, llamado del destierro, vuelto a juzgar y decapitado en el año 258.

El segundo es San Cipriano de Antioquia a quien se le atribuye el librito de Cantarranas. Poco se sabe de este santo y lo poco que se sabe viene lo pone en relación con otra santa, Santa Justina. Lo poco que se encuentra en las enciclopedias viene supuestamente de una compilación de tratados sobre la vida de los santos llamada el Flos Sanctorum donde según parece padre jesuita Pedro de Ribadeneyra en 1599-1601, publica datos biográficos de este Santo.

Según la edición del libro de San Cipriano que se encuentra en la biblioteca digital de la Universidad te Toronto, encontramos que “
San Cipriano es Nacido en Antioquia, entre Siria y Arabia, de padres muy ricos y poderosos, venció todas las artes mágicas hasta la edad de 30 años en que se convirtió a la religión de Cristo. Dejó escritos infinidad de libros de hechicería, producto de sus muchos conocimientos y de las propias maravillas que ejecutó en su época de mago, y que causaron la admiración de todas las gentes” (Jonás Surfino (traductor): El libro de San Cipriano, Monasterio del Brooken. Año de Gracia, 1001, Nueva edición mexicana sin, fecha. Pagina 11).



Este Cipriano se convierte al cristianismo se hace obispo y muere a manos de los persecutores de los cristianos. A notar que es coetáneo del primero.

Así pues, la primera pregunta consigue respuesta.

Ahora me quedaba otra pregunta. ¿El ritual descrito por Cantarranas es en verdad uno de los descritos por San Cipriano?



Salvo algunas variantes probablemente regionales o simplemente para acentuar el carácter horrifico de la cosa, el ritual de Cantarranas sigue casi al pie de la letra las instrucciones del libro.

Según el libro de Cipriano la cosa va como sigue:

“MAGIA DE UN HUESO DE LA CABEZA DE UN GATO NEGRO
Pon a hervir un caldero de agua con leña de vides blancas (vid, uva blanca) y de sauce, y cuando vaya a romper el hervor mete dentro de ella un gato negro, vivo, dejándole cocer hasta que se aparten los huesos de la carne (Deberá tenerse el gato metido en un saco o en una cesta bien atada para zambullirlo). Realizada esta operación, sácanse todos los huesos con un paño de hilo y colócase la persona que está haciendo esta suerte delante de un espejo, metiéndose hueso por hueso en la boca hasta que la imagen de la persona que realiza esta operación desaparezca del espejo, lo que supondrá que ese es el hueso que tiene la virtud de hacer invisible a la persona que lo llevare en la boca. Cuando quisiereis ir a alguna parte sin ser visto os meteréis el hueso en la boca y diréis:
‘Quiero estar en tal parte por el poder de la magia negra.’
Es de advertir que no hay necesidad de introducirse en la boca todo el hueso para hacer la prueba del espejo, basta apretarle un poco con los dientes”. (Jonás Surfino (traductor): El libro de San Cipriano, Monasterio del Brooken. Año de Gracia, 1001, Nueva edición mexicana sin, fecha. Pagina 149).

Así pues una practica milenaria del viejo mundo sigue probablemente vigente en nuestros días.
Nunca sabré si Cantarranas había leído el libro pero si es cierto que por la vía de la tradición oral se pueden transmitir conocimientos de generación en generación.

Si nota que los gatos negros comienzan a desaparecer en su vecindario, no me eche la culpa. En otras páginas les contaré otros hechizos que me transmitió Cantarranas.

Saludos y que disfruten.

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