sábado, 31 de enero de 2009

¿Quién es tu hermano? Tu vecino más cercano. (Virginia Martínez­­... mi mama)

Bueno, ahora que ya sabe como llegar a la finca de mi papa, le voy a tener que presentar los miembros de la comunidad, comenzando por los vecinos. Eso le va permitir entender y conocer mejor las personas de quien le hablo y hablaré en mis textos a venir.

Las personas que le presento en este texto son aquellas que habitaban El Palo Verde durante mi infancia. Muchos están aun vivos como el recuerdo que tengo de ellos; otros pasaron ya al pays de ocotes caydos o al otro potrero, como decía Rubén Aguilar. Sin embargo, a todos los recuerdo con respeto porque de una u otra manera, más de alguna lección me dejaron.

Bueno, como ve, la vieja casa de la montaña se encuentra sobre la fila de una estribación de colina. Cuando mi papa decidió construir la casa, tenía tres elecciones. La primera era construirla en lo alto de la montañuela; eso le permitiría de ver para todos lados y supervisar la llegada de los visitantes. El lugar de donde hablo es una pequeña meseta que se encuentra cerca de una fuente de agua potable. Un lugar muy húmedo donde abundaban los platanillos, los lairenes y los palos de moco. El problema que presentaba este lugar era que, si mi papa hubiese construido la casa allí, mi mama hubiese tenido que acarrear el agua en tinas de lata o en tinajas de barro.

La segunda meseta, un poco más abajo de la primera y un poco más estrecha, no permitía la construcción de una casa suficientemente grande sin invertir una buena cantidad de energía y tiempo.
La tercera meseta era más grande que la segunda y fue allí donde mi papa decidió construir la primera casa. Le aclaro, que la casa que ve usted ahora es la segunda.

La gente decía que mi papa estaba loco.

- No don Joche, decía don Marcelino Corleto, es pendejada la suya de hacer esa casa allí abajo. Pobre la doña, se va a quebrar el cacaste jalando agua y se va a morir de amusepo sin ver nada.
- No se preocupe don Chelino, mi mujer no va a jalar agua. Mi papá me dio un par de botas y un macho. Va ver que dentro de poco, ni botas voy a ocupar y ay le voy a poner un larga vista para que mire de largo.
- Pero mire don Joche, en ese hoyo donde se va a meter, no va poder ver nada, sólo los Chilamates, los Trotones y Cojones de burro de los guamiles de los Aguilar.
- Mire amigo, lo voy a tener que dejar porque las mulas, con los calaches, se me adelantaron. Nos vemos don Chelino, ay paso de regreso.

Pero mi papa les reservaba una sorpresa a todos.

Sin ser ingeniero, él conocía los principios básicos de la gravedad universal. Él sabía que la fuente que daba origen à la quebradita al lado de la tercera meseta se encontraba a unos 300 metros más arriba. Él sabía además que con un poco de ingenio, podía hacer llegar el agua hasta la puerta de la casa. Así fue como mi mama nunca se puso una tinaja en la cabeza.

Bueno, como le decía, de aquí donde estamos, más abajo se encuentran otras casas. La más cercana pertenecía a los hermanos Aguilar (Moncho, Santos y Rubén). Estos señores eran los pioneros de la aldea. La mayor parte de las tierras de la aldea les pertenecieron. Rubén contaba que el y su hermano Santos habían descombrado infinidad de manzanas de tierra para cultivar maíz y frijoles. Rubén contaba también que había sido soldado el las guerras civiles de Honduras, al lado del coronel Sanabria y otros cachurecos.

Con los Aguilar vivían sus hermanas Bersabé, Mercedes y Guillermina. En esa casa vivían también los hijos de las señoras (Tituy, Tino, Toño, Beto, Medardo y las muchachas, Elena y la otra que no reacuerdo de su nombre).

Otra casa fue construida en 1970, más abajo de la de los Aguilar. Era la casa de un señor que venía del norte de Honduras, Vicente Hernández se llamaba y su esposa, doña Alejandra. Ellos vivían solos y de vez en cuando, Marlene y Víctor, los hijos de don Chente, venían a visitarlos o a vivir con ellos. Este don Chente era liberal y decía haber participado cuando era joven en una de las últimas revueltas de don Chema Reyna en el norte.

Cerca de la casa de don Chente estaba la casa de Monchito Castro. Ese señor vivió allí durante un tiempo con una marimba de chigüines y su mujer. El cultivaba café y criaba caballitos.

Otro señor, que le vendió su tierrita a mi papa, en 1969, fue don Marcelino Sánchez, quien vivía no lejos de la casa de Monchito. Don Chelino decidió irse para el pueblo con su familia y trabajar como salarero, y por eso vendió la tierra.

Si seguimos la fila del cerro, encontraremos los restos de una casa que construyeron Rubén y Santos a principios de los años 1970. En esa casa vivieron los dos hermanos por un tiempo y luego le dieron posada a la familia de Sofía Moncada. Esta señora era la mujer de don Juan Osorio. Una vez el don muerto, Sofía no pudo guardar las propiedades que su hombre le dejara. Así, ella se vio obligada trabajar en las fincas como cortera de café y como chapiadora. Sofía tenía un chorro de hijos. La mayor se llamaba Alicia, luego seguían Luis Manuel, Ficha, Juan y Toñito el cual es de mi misma edad.
A esta familia se le unió la de la hermana de Sofía, Luisa. Esta última tenía dos hijos: Reina y el lunarejo.
Esas familias eran las encargadas del jolgorio en la aldea. Con esfuerzos se habían comprado un tocadiscos y todos los domingos hacían un baile. Vendían guaro, chicha con calzón, hacían chanfaina y prestaban servicios de limpieza de cañerías masculinas.
Cuando el conjunto de cuerdas no estaba disponible, Sofía y su trocaviscos, como decía Toñito, estaban listos para el verguello. Su colección de música se limitaba a unos cuantos vinilos de Las Hermanitas Núñez, Lucha Villa, Antonio Aguilar y Paladino.
De ves en cuando se armaban unos berenjenales del diablo. Alli salio herido una vez Marcelino Sevilla, otra vez Lucio Sevilla. Eso duró hasta que los alcaldes auxiliares decidieron decomisar los machetes a la entrada de la fiesta.

Bueno, ya lo estoy perdiendo, echémole piedra y calicanto, como decía Anita Vallejo

Un poco más lejos, hacia el sur de la casona, vivía Santos Oliva con su esposa Valentina y Chilo, su hijo. Justo al lado de esa casa, vivían Pedro Oliva y Enriqueta. Esa doña tenía una marimba de cipotes : Toño Flores y Leocadio, hijos de don Pedro. A la muerte de don Pedro, ella se amachinó con Cosme Mendoza y aumento su colección de hijos : Lupe (un varón) era el tercer hijo de Enriqueta y a este le siguieron por lo menos 4 más.

Esos eran lo vecinos más cercanos. A ellos habría que aumentar los vecinos que usted ya conoce: don Moisés y don Pedro Sosa, los Corleto,los Midence (Cresencio, don Toño, Gilberto, don Tomás).

Habría que mencionar los vecinos que vivían el la aldea como tal. Allí estaban Santos Hernández, Ramona su esposa y sus hijos Rosa, Cundo, Toño y María. Este señor es un indígena que venía de Liure, en el sur de Honduras.
Cerca de la casa de de Santos, está la casa de Domingo Duarte, de su mujer Chila Segura y de sus hijos Chente, Juanita, Virginia, Alicia, Cundo y los otros de los cuales no me acuerdo los nombres.
Frente a la casa de Mingo vivía Nacho López con su señora Chon Merlo y su hijos Santuy, Marta, Gladis, Iris, David, Adrián y otros que se murieron de fiebre de lombrices. Esa casa y el pedazo de tierra que la acompañaba fueron legados o vendida a Zacarías Gutiérrez y a Marta, la hija de Nacho y de Chon.
Cuando Nacho cedió la casa a su hija, el construyo otra muy cerca de la escuela donde pasé mi primer grado.

Este Zacarías es un indígena de ascendencia Chortí que venía del departamento de Copán en el occidente de honduras. Este tuvo varios hijos, dos varones que murieron siendo niños y dos niñas, Georgina y Julia.
Este Zacarías fue uno de los hombres que ayudó durante muchos años a mi papa. Era un hombre bravo, tiricioso pero honrado, trabajador y recto como la varilla negra. Dejo de trabajar con mi padre por la culpa de un chisme que Chebo Picoepato le llevó a mi papa. Corría el año 1989 cuando el Chebo le preguntó a Zacarías que desde hacia cuanto tiempo trabajaba con mi papa. Zacarías le contesto que desde hacia casi 30 años. Sin embargo, sincero y mal bosaleado como era, Zacarías, le dijo que todo lo que él había hecho por mi papa no se lo pagaban ni con echarle un polvo a mi hermana Flora. El Chebo fue con el pito y la caja a decirle a la Flora, la Flora le dijo a mi papa, mi papa regañó a Carias, Carias se encachimbó y tal parece que el único que recuerda con tristeza la partida de Carias soy yo. Por lo tanto, mi papa siempre dijo: “palabras no descalabran, jodido

Bueno, hay vamos más para abajo…

De la escuela, nomás al bajar la cuesta vivían doña Caya y su marido Colacho Hernández. Ellos tenían varios hijos adultos, entre ellos, Arnulfo, Trinidad, Goya y Valentina.
Doña Caya era como mi abuela, ella ayudó a mi mama cuando me dio al luz y después me chingolió durante mi infancia. Cuando murió, le dediqué unas cuantas lágrimas.
Esta señora tenía unas manos de oro para hacer comales y ollas barro. Los frijoles siempre eran más sabrosos cocidos en una de sus ollas.

A la derecha y en frente de donde doña Caya, vivía Claudina Merlo y su marido Daniel Solórzano. A ellos no los conocí muy bien y no me acuerdo si tenían hijos. Daniel era un cachureco de sepa y poco colaborador en los proyectos comunales. De la casa de esos últimos se tomaba un camino hacia el interior de tierras donde vivía Tina, la hija de doña Caya, con Raymundo Midence (Panza de barro) otro viejo resabido y poco sociable, a diferencia de su mujer que guardó el carácter de doña Caya. De ellos conocí tres descendientes Tito, Chana y el menor del cual olvidé el nombre.

Desde donde Tina se podía llegar fácilmente donde Martina Maldonado. Esta Martina estaba en nupcias con Don Cundo segura, y tenían una buena colección de muchachos y muchachas. Había entre ellos: Mundo (Puto), Joche Lucas, Licha, Juan (Cuchilla), Felícito, Maclovia, Lencha, Chila y Petrona que se había ido con Mónico, su marido, para Olancho.

Abajito de donde Martina vivía doña Luisa Mendoza. Esa señora no le conocí marido. Cuando la conocí, estaba ya vieja y sus hijos todos bien avanzados de edad. Todos sus hijos, sobretodo Pantaleón el tartamudo, trabaron para mi papa. Allí pues estaba: Albertón el marido de Anita Merlo, Pantaleón, Brígido, Juan Pablo, Teodoro y Cosme, el segundo marido de Enriqueta, la de don Pedro Oliva.
Doña Luisa fue la primera en haberme dado un machete, un tunco viejo que había pertenecido a uno de sus hijos. Esta señora también conservaba algunas plantas medicinales, de las cuales mi mama se servía para hacer sus pociones y sus tónicos. Allí pues, ella cultivaba la chihimora, tenía un palo de quina, había ruda, boldo, floricunda, mostaza, frijolillo, ciguapate, apasote, caña agria y hasta flores para las coronas de los muertos (velo de novia, claveles de muerto, moños, banderas, dalias, marpacifico y otras). Esa señora tenía también palos de cumba, y de los frutos hacia unos guacales blanquitos. También cultivaba una fruta que la gente llamaba melocotón y que servía para hacer chicha. En su tierrita había también un gran palo de zapote y otro de zuncuyas, de los cuales Papapantaleon nos llevaba frutas de vez en cuando.

Del palo de zapote partía un caminito a través de un cafetal que llevaba a la casa de Tranquilino Vallecillo. Personalmente, yo no lo apreciaba mucho. Él era gruñón y pleitista. Le macheteaba los alambrados a mi papa y no respetaba gran cosa. Se quejaba que las vacas de mi papa le comían el cafetal, pero nunca regañó a sus hijos porque dejaban las puertas abiertas en los potreros de mi papa. En 1973 se fue de allí, y creo que nadie lo extrañó en la aldea.

Bueno, vamos a regresar donde doña Caya.

Si se para en la lomita de onde la doña y mira hacia la izquierda, allí verá la gran casa de don Elías Merlo y doña Emilia Rugamas. Esos señores tenían varios hijos adultos. Entre ellos le puedo nombrar a Santuy, Chon, Chila, Tiba, Anita, Luis, Saturnino, Rogelio, Claudina y Lidia. De todos ellos sólo Saturnino y Rogelio nunca se casaron.

De la misma loma, mire para adelante hacia el sur oeste y verá la casa de Anita Merlo y de Alberton. Esa casa era la pulpería de la aldea. Anita mantenía toda su mercancía en una valija de madera. Esa valija era como una caja de Pandora. Allí habían píldoras Davis, Mentolina, Divinas, Laxol, Aralenes, Commel, pastillas de Alloy Van (O al hoyo van Como decían los campesinos), jarabe Gargantol, Rabano yodado, Regulador vegetal, confites Venus y Venadito, pan dulce y otros perendengues. Ella vendía también azúcar, churros Fiesta, frescos, cigarros y otros. Ellos tenían varios hijos; había entre ellos Reina, Lupe, Toño y Juan.

Al bajar la cuesta de donde Anita hacia la carretera, está la casa de Luis Merlo y Elena Aguilar. Allí vivían ellos con su único hijo René, que tenia 6 dedos en cada pie. Y justo en frente, estaba la casa de Mariano Merlo y de su hijo Toño. De ese lugar lo único que tengo como recuerdo son las mandarinas.

Más abajito vivían las Chepas, unas Señoras que venían de Oropolí y que vivían en la aldea. Ellas vendían guaro y prestaban servicios bien apreciados en toda sociedad con población masculina. Al final del camino vivían Siríaco Sevilla y todos sus hijos. Siríaco era el hijo de don Mundo Sevilla, un Señor que cultivaba la caña de azucar y buscaba oro en la quebrada. Entre la casa de don Mundo y la de Siríaco, estaba la casa de don Goyo González.

El camino dobla a la derecha de la casa de Siríaco y sigue por una cuesta sinuosa hasta la casa de la hacienda El Chorro, propiedad de mi abuelo. Allí vivía Ángel Barahona con Chila Merlo y sus hijos, Marta, Chico, Arturo, Armidio, y otra de la cual olvidé el nombre.
Este Ángel era el músico y el deportivo de la aldea, él fabricaba guitarras, violines, contrabajos y mandolinas. Con sus hijos formaban un conjunto de cuerdas “los Populares de El Palo Verde”. Eran perros para ejecutar todo tipo de arranca polvo, de sobaqueado y de arrancapezuñas, sin olvidar las rancheras y las canciones para bailar pegado. Su repertorio era más variado que el del tocadiscos de Sofía.

Bueno, ya le presente casi a todo el mundo. En los otros textos, seguro que aparecerán nuevos nombres, pero eso es normal. El tiempo pasa y las caras y los protagonistas de las historias cambian.

Hay lo dejo, como dijo Dios, que viva el más vivo del más pendejo.

Más luego le contaré otra.

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