miércoles, 3 de diciembre de 2008

¿Un cuentecito antes de irnos?

Venga hombre, hágase para acá…

¡Mirá chigüina! Anda comprate un pan cuco y decile a tu tía que ponga el café.

Este mi alero, tiene que probar la invención de Juan el de Carlota Merlo.

¡Andá, apurate!

Ya va ver, una buena tasa de café caliente y unos cuantos panes de la panadería Tábora “onde el pan es más mejor” le va a caer bien. Eran caballos esos locutores de la Paraíso para decir pencadas.

¿Entonces primo?… ¿Nos peinamos o nos hacemos rulos?

Espero que no esté cansado de tanto caminar y que haya disfrutado del trayecto de la carretera de Las Selvas.

Lo llevé rápido, y no tuvimos tiempo de visitar a Nayo y doña Rosa. Otra vez que vayamos lo voy a llevar por allí.

También espero que el perro de doña Tona no lo haya visto pasar. Ese chucho hijo de 70 mil pares de zapatos es feróstico, como decía Tunino Merlo.

Ahora que está de regreso en el pueblo y que sus pulmones comienzan a estar llenos de polvo, le propongo que vayamos mañana a dar una vuelta por el lado de Las Dificultades. ¡Lindo nombre!...

Ese nombre, viene posiblemente de la dificultad de acceso que otrora experimentaba esa región de Honduras. Es un terreno quebrado de tierras arenosas, poco fértiles y aptas para las actividades silvícolas.

¡Putala! No le digo pues, a veces me da por hablar como Petilla Martínez.

Como le iba diciendo…

El paisaje es diferente al de Granadillos, hay mucha más vegetación, las cuestas son menos inclinadas y hay menos casas a la orilla de la carreta.

Mi papa y mi abuelo fueron unos de los que llegaron un poco después de los pioneros. Mi abuelo se había comprado unas tierras al mismo tiempo que algunos de sus hermanos y amigos, allí nomás en los Volcanes, una aldeita entre Los volcancitos y Las Dificultades.

Así pues, las fincas de La Arabia, La casa de Zinc y los sitios de El Sauce, Los mangos y otros pertenecían a mi abuelo. El Brasil, pertenecía a su hermano Emilio, El plan grande a don Alfonso Paguaga y otros dominios pertenecían a hermanos o primos de mi abuelo o a otros propietarios, como don Pablo Irías, Daniel Salinas, Miguel Becerra o a la Excao entre otros.

La Finca la Esperanza, en el Palo Verde… si la misma de don Joche, mi papa, partencia à Rafael Molina, un primo de mi abuelo.

Hasta tarde en los años 1950, ninguna carretera comunicaba el pueblo con las Dificultades. La gente se movilizaba a pié o a caballo, utilizando las veredas abiertas por los Pioneros durante la primera mitad del siglo XX o posiblemente antes. Esas veredas en general eran llamadas Caminos Reales, puesto que aún si atravesaban tierras privadas, ellos no pertenecían a nadie. En general eran suficientemente anchos, donde el terreno lo permitía, y podían pasar una mula cargada y uno de a pié al mismo tiempo.

Mi papa cuenta que allá por los años 1950, en la época de lluvia, y sobre todo los sábados, mucha gente bajaba al pueblo desde la montaña. Mucha de esa gente bajaba a pié, y según dice mi papa, la gente y sobretodo las mujeres, se echaban unos tapirulazos de cususa o de chicha con puro mascado y calzón de vieja, para agarrar valor y entrar en los lodazales que habían en los caninos. Los caminos eran transitados también por recuas de mulas cargadas que hacían fangales en los senderos.

Dice mi papa que los que tenían dos mudadas ponían una limpia en el saco y se iban con la vieja para el pueblo. Al nomás llegar a los Tres Pasos, se lavaban las patas y la güevera, sacaban su mudadita limpia y se cambiaban de ropa. Así, cuando llegaban a la pulpería de doña Isaura Rodríguez o a la Fronteriza de Tito Alemán, la gente se miraba más limpia.

Las mujeres, además de llevar en el canasto calaches a vender (pollos, gallinas, huevos y otros perendengues) también llevaban sus trapitos limpios.
Los hombres que no tenían más que un chiringo, según lo que cuenta mi papa, se quitaban el pantalón, los zapatos o los caites y se metían al camino, chuña y en calzonillos (no en calzoncillos).

De regreso a la montaña, no había ningún problema. La gente, después de haber recibido el pago de la semana o de haber vendido la gallina, se guardaba un pistillo para ir a comprarse unos cuantos cachimbazos de yuscatonic donde Toña la Pelona, donde Lupe Pastor o donde Martina, allá por el barrio de los calvos. Una vez medios a maceta, tomaban el camino de regreso. Algunos, que habían empinado mucho el codo, perdían todas las compras en el camino, y los otros se decían que era la última vez que bajaban al pueblo.

¡Esos días eran perros!

Suerteros los que “eran preparados y tenían su pistola, su caballo o su diente de oro” como decía don Pedro Sosa.

Ahora tenemos suerte porque podemos viajar en carro. No se quien viaja ahora por esos lados, pero en los años 1980 se podía ir a esos cachimberos en el carro de mi Abuelo, que conducía Moncho el de Chon, o en el Kiamaster achotado de Rafael el Muco, o en el Daihatsu con retorno del agua de Adán Pimpinela, o en la Toyota de Loño Rodríguez el hermano de Marcos Escoba, o en el Ford de Rosona, o en el GMC rojo de don Canacho Sosa, o en el camión de Manuel Calunga.

La última vez que fui por esos lados en 2005, el único chunche que ví, fue el de Juan Gallina el hijo de Coloradilla.

Pero le aseguro que la única manera de apreciar mejor la papada, es caminando y “gastando… gastando plantilla de zapatos” como decía Toñito Tercero…

Bueno, ya no lo molesto más. Tómese su cafecito y haga sus maletas, que mañana me lo llevo por la ruta de Las dificultades.

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